Tras cumplirse el plazo de 72 horas, después del cual es improbable que se encuentren sobrevivientes en los edificios y casas derruidas por el fuerte terremoto que el pasado fin de semana asoló a buena parte de Nepal, comienza una etapa más complicada que la de reaccionar a la tragedia. Esta consiste en atender a los sobrevivientes que habitan uno de los países de ingreso más bajo del Asia, para posteriormente adelantar un proceso de reconstrucción que será una labor titánica.
El motivo no es otro que la magnitud del desafío. De acuerdo con los estimativos iniciales, una tercera parte de los 28 millones de ciudadanos nepalíes resultaron afectados directamente. Pasarán meses antes de tener un censo de las construcciones colapsadas, pero las tomas aéreas sugieren que un número enorme de personas tendrá que vivir meses y hasta años en campos de refugiados.
Aunque pocos lugares son tan distintos como el Caribe y el Himalaya, se ha trazado un paralelo con la devastación que sufrió Haití en el 2010, también por un movimiento telúrico. En ese caso, como en este, la pésima calidad de los materiales usados y la inoperancia de un código antisísmico fueron los causantes del elevado número de muertos.
Nadie pone en duda que el temblor inicial y las réplicas sucesivas son los directos responsables de lo ocurrido, pero el contraste con sociedades más ricas que han tenido que enfrentar episodios similares, desde Japón hasta Chile, deja en claro que el subdesarrollo también aporta su cuota. De vuelta al escenario del desastre, además de las zonas donde había monumentos y reliquias históricas, las partes más pobres de Katmandú y los pueblos más aislados fueron los que más sintieron la fuerza de la naturaleza.
Lograr asegurar la subsistencia de tanta gente, en un territorio difícil por lo montañoso, con escasas vías de comunicación, no será fácil. En el caso haitiano, la desesperación ante la demora en la ayuda generó expresiones de descontento, a pesar de que desde el punto de vista logístico era más fácil distribuir agua y comida, dada la cercanía a los puertos.
En una entrevista concedida a la agencia Reuters, el ministro de Hacienda de Nepal, Ram Mahat, habló de que su país necesitaría unos 10.000 millones de dólares para reponer lo perdido. Esa suma equivale a la mitad del tamaño de la economía, lo cual quiere decir que únicamente la ayuda internacional permitirá conseguir los recursos requeridos.
No menos complejo es el tema institucional. Aun si las voces de solidaridad que hoy abundan se traducen en donaciones concretas, el reto gerencial de administrar al mismo tiempo un programa de atención a los damnificados y uno de reconstrucción, es descomunal. La posibilidad de que el desperdicio o la corrupción descarrilen el esfuerzo es alta y puede llevar a que el costo en los niveles de desarrollo de la población nepalí se tenga que medir en años e, incluso, décadas perdidas.
Al respecto, tanto las entidades multilaterales, comenzando por las Naciones Unidas, como un buen número de países, tienen experiencia sobre lo que funciona y lo que no. Colombia, en donde la imprevisión también ha salido muy costosa, ensayó a partir del terremoto de Armenia un modelo que opera muy bien para tareas puntuales, de alcance definido, pero que acabó siendo influenciado por la politiquería. Para decirlo con claridad, una cosa es el Fondo de Adaptación que supo reaccionar a los estragos que dejó la ola invernal y otra el que ahora sirve para distribuir la mermelada en unas cuantas tostadas.
Por tal motivo, el lejano y doloroso ejemplo de Nepal debería servir para reflexionar y volver a subir el nivel de preparación interno ante eventuales tragedias. Vivimos en un territorio vulnerable y aunque ojalá los desastres no vuelvan, lo que corresponde es tener la casa en orden y bien cimentada, para que resista cualquier embate de la naturaleza.
Ricardo Ávila Pinto
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