Cuando a comienzos de agosto los medios de comunicación se llenaron de informes en los que se evaluó el primer año de Gobierno de Iván Duque, la mayoría de los reportes mencionaron que la economía naranja se había convertido en uno de los programas emblemáticos de la actual administración. A fin de cuentas, el propio mandatario se viene encargando de promover el potencial de las industrias creativas, dentro de su estrategia de diversificación de las fuentes de crecimiento.
Sobre el papel, la apuesta es válida. Para comenzar, el país cuenta con una enorme riqueza cultural que merece ser desarrollada y explotada. Adicionalmente, la revolución de las tecnologías de la información abre un nuevo campo de acción que atrae emprendedores y oportunidades de prosperidad y empleo. La creatividad, que es una de las características del pueblo colombiano, se puede traducir en generación de ingresos, con claras posibilidades de éxito en mercados externos o ventas en divisas.
En consecuencia, se han realizado esfuerzos importantes. Inicialmente, está todo lo correspondiente a fortalecer la institucionalidad, algo que quedó en evidencia con la aprobación de la ley que acogió el Plan de Desarrollo. Desde el punto de vista formal, la creación del Consejo Nacional de Economía Naranja es destacable, pues este integra a una docena de entidades que han identificado 70 programas que están en marcha, con una inversión calculada en 819.000 millones de pesos.
El asunto de los recursos no es menor, pues aparte de la suma mencionada están los desembolsos de crédito apalancados por el Fondo Nacional de Garantías, las líneas especiales diseñadas por Bancóldex y Findeter, o lo hecho por cerca de 90 alcaldías. A lo anterior se suman los programas diseñados por el Sena, orientados a fortalecer la formación del recurso humano para que cuente con aptitudes en este campo.
Mención aparte merece el paquete de estímulos tributarios que se incluyeron en la ley de financiamiento aprobada por el Congreso en diciembre pasado. Aunque falta la reglamentación pertinente, el mensaje que se les envía a los inversionistas es atractivo, pues permiten la deducción parcial o total de impuestos hasta por siete años.
Todo lo anterior debería empezar a rendir frutos pronto. Lo que muestran las cuentas nacionales es que al cierre del 2018, las actividades relacionadas con este capítulo mostraron un crecimiento del 2,5 por ciento, ligeramente por debajo del promedio de la economía. Ahora, la expectativa es que la velocidad sea mayor, aunque es indudable que habrá que esperar un tiempo prudencial antes de que proyectos que están en etapa de diseño se conviertan en realidad.
Examinar y evaluar el estado de cosas será uno de los propósitos de un evento en Medellín la semana que viene. Ojalá ese ejercicio se haga de manera franca, con el fin de examinar los pasos que se han dado y eventuales correctivos en la ruta. Por ejemplo, no faltan los empresarios que señalan que después de ciertos anuncios ocurre poco. Para citar el conocido refrán, parecería que “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
De otro lado, es clave mostrar casos de éxito con el fin de que se vuelvan referentes individuales. Parte del desafío es que el abanico de renglones es amplio, por lo cual las generalizaciones no sirven de mucho, sino la labor que realiza a un nivel más micro.
Tampoco se puede pasar por alto el esfuerzo de definir una metodología para medir el impacto de las industrias creativas. A fin de cuentas, contar con una línea base para poder hacer seguimiento y evaluación es clave. Hay que unificar el concepto de lo que es la economía naranja. Solo así se podrá entregar el veredicto en unos años, sobre si esta era o no la apuesta correcta.
Ricardo Ávila Pinto
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