A primera vista, el parte proveniente de las más recientes cifras de desempleo es tranquilizador, sobre todo para una economía que anda a un ritmo sustancialmente más lento que en el pasado reciente. Tal como lo informó el Dane este miércoles, en octubre las estadísticas se comportaron relativamente bien, pues el índice de desocupación a nivel nacional llegó al 8,3 por ciento, no solo el punto más bajo del año, sino un guarismo muy similar al registrado en el mismo mes del 2015.
Sin embargo, una mirada más detallada muestra que hay síntomas inequívocos de debilitamiento en el mercado laboral, especialmente en las zonas urbanas. Y es que de no ser por un alza inusitada en las contrataciones en el campo, el balance habría sido mucho menos favorable.
Los datos son elocuentes. El total de personas con trabajo en el país llegó a casi 23,1 millones, un número sin precedentes. El problema es que dicho guarismo apenas representa un incremento del 0,3 por ciento frente al de la misma época del año pasado, lo que equivale a unos 68.000 individuos. Quien se tome la tarea de mirar la tendencia, se dará cuenta de que el crecimiento es cada vez más reducido, así tenga altibajos.
Como si lo anterior fuera poco, la cantidad de desocupados sube a una tasa del 1,8 por ciento y los inactivos al 3,2 por ciento. Puesto de diferente manera, la proporción de gente interesada en un puesto disminuyó, algo que puede ser explicado por el hecho de que existen pocas vacantes. Las razones son múltiples, pero llama la atención que una de las categorías que más cayó fue la de empleado del Gobierno, una contracción que tiene lógica cuando se observa la salud de los presupuestos oficiales.
Vale la pena estar listos para enfrentar un desafío que se puede manejar mejor, si se diseñan los paliativos con antelación.
COMPARTIR EN TWITTERAl mirar hacia adelante es difícil mantener el optimismo. Si la lógica se impone, será poco probable que el empleo aumente mucho, pues con un Producto Interno Bruto que se expande por debajo del 2 por ciento anual, es ilusorio pensar que van a abundar las plazas disponibles. Además, los reportes sectoriales no son muy alentadores, quizás con la excepción de la infraestructura, que debería enganchar más personal en el 2017.
Ante esa perspectiva, el reto de autoridades nacionales, regionales y locales, consiste en evitar que comience un círculo vicioso. Un estancamiento en la demanda puede llevar a menores ventas que, a su vez, se traducen en recortes de trabajadores, y así sucesivamente, tanto en el ramo de servicios como en el manufacturero.
Lo anterior obliga a que se examinen posibles medidas de choque, que pueden incluir anticipar la ejecución de programas ya definidos. Buena parte de la responsabilidad recae en los alcaldes que comenzaron su periodo el primero de enero, y que se han demorado en poner en marcha planes que tendrían efecto benéfico sobre las contrataciones. Ello exige un rol activo por parte de varios integrantes del gabinete ministerial, con el fin de que mejoren la interlocución que tienen con los encargados del destino de las principales capitales.
No menos importante es manejar con prudencia las discusiones sobre el nuevo nivel del salario mínimo. Para un sector de la opinión, es lógico aumentar el poder adquisitivo de los segmentos populares. El lío es que aquí se aplica aquella máxima según la cual todo extremo es vicioso, pues un reajuste que supere los parámetros que aconseja la ortodoxia podría traducirse en menores contrataciones, con el objetivo de mantener a raya los costos laborales.
En conclusión, el Gobierno está obligado a escuchar el campanazo de alerta y prepararse para reaccionar desde ya. Así sea indeseable, un alza en la tasa de desempleo parece estar a la vuelta de la esquina. Debido a ello, vale la pena estar listos para enfrentar un desafío que se puede manejar mejor si los encargados del tema tienen las mangueras en la mano, en lugar de correr a apagar el incendio cuando este se declare.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto