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Ricardo Ávila

Correa del sur

El Presidente de Ecuador puede ser de estilo camorrero y autoritario, pero son las obras que ha concluido las quelo van a reelegir.

Ricardo Ávila
Exdirector de Portafolio
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Ricardo Ávila

Ayer tuvo lugar el cierre oficial de las campañas de los candidatos que aspiran a ocupar la presidencia de Ecuador, quienes se enfrentarán en los comicios del próximo domingo. Aunque el sistema está diseñado para dos vueltas, todas las encuestas señalan que el ganador en la primera debería ser el inquilino del Palacio de Carondelet, Rafael Correa. Quizás la única duda tiene que ver no con su victoria, sino con la distancia que lo separará del segundo en los sondeos, el exbanquero Guillermo Lasso.

La previsión respecto al triunfo del actual Presidente confirma que ha habido un cambio fundamental en la realidad política del país vecino. Hoy, suena increíble recordar que en los diez años previos a su llegada al poder, en enero del 2007, un total de ocho mandatarios se habían puesto la banda tricolor.

Para los colombianos que recuerdan a Correa por la mirada rencorosa que le dirigió a Álvaro Uribe hace casi cuatro años, tras el bombardeo en el que murió el cabecilla de las Farc, ‘Raúl Reyes’, tanta solidez puede sonar sorpresiva. Al fin de cuentas, muchos lo ven como una especie de clon de Hugo Chávez, por cuenta de su discurso revolucionario y su tendencia a atropellar la libertad de expresión e intimidar a los que lo critican.

Sin embargo, hay otras realidades que explican índices de popularidad superiores al 65 por ciento. Y es que más allá de su estilo camorrero y autoritario, el Presidente ecuatoriano es un líder muy efectivo en su labor. Así lo demuestran tanto sus realizaciones en infraestructura como en desarrollo social.

Es cierto que gracias a los precios del petróleo ha tenido el viento soplando a su favor, pero eso no demerita los 9.000 kilómetros de carreteras intervenidos, las decenas de escuelas y colegios construidos o los hospitales y centros de salud inaugurados. A ese listado hay que agregar 200.000 viviendas edificadas, aparte de mejoras en seguridad y dotación de las Fuerzas Armadas.

Por tales razones, y en contra de lo que pasa en Venezuela, Correa es visto como un gran modernizador, que ha roto con innumerables cuellos de botella y ha hecho de Ecuador un país más competitivo, en el que avanza la actividad privada. No en vano sigue atrayendo a decenas de miles de colombianos que buscan un futuro mejor con sus familias o que pasan la frontera para recibir atención médica y educación.

Particularmente impactante es el contraste en ciertas zonas del Putumayo y Nariño -prácticamente abandonadas a su suerte- con la pujanza que se siente al otro lado de la línea fronteriza en una nación que sobre el papel es menos próspera que la nuestra. Y en lo que hace a la calidad de las vías, que incluyen verdaderas autopistas de tres y más carriles, es común escuchar que la comparación les produce envidia a quienes proceden de este país.

Mientras eso ocurre, la economía se ve sólida. Después de llegar a un crecimiento del 8 por ciento en el 2011, el año pasado cerró con un respetable aumento del 4,8 por ciento en el Producto Interno Bruto. Gracias a ello, el desempleo urbano bajó hasta el 4,8 por ciento, mientras las exportaciones se acercaron a los 27.000 millones de dólares. Es verdad que la sostenibilidad de algunos programas preocupa, así como la inflación de casi 5 por ciento y la caída en las remesas de los emigrantes, pero las perspectivas son optimistas. Hoy por hoy, el ecuatoriano promedio puede dar fe de que su realidad ha mejorado.

Tales certitudes son las que explican las fortalezas de Rafael Correa. Sin duda, su discurso antiimperialista tiene una gran aceptación popular, al igual que su habilidad a la hora de dividir a la oposición. Pero son ante todo sus obras en carreteras, educación y salud las que lo tienen donde está. No estaría de más que Colombia mirara un poco hacia el sur, a ver si aprende de las cosas que supo hacer bien su vecino.

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