Cuando Jorge Mario Bergoglio fue designado, hace un par de años, por el cónclave de cardenales como el reemplazo de Benedicto XVI, las expectativas que se despertaron en todo el mundo fueron inmensas. Y es que no solo el hecho de que el papa Francisco fuera argentino, sino su trayectoria personal y su capacidad de hablar con más libertad que muchos prelados, lo hicieron ver como una figura de cambio.
Tales impresiones han sido confirmadas en varias oportunidades. Sin embargo, ninguna se compara con la promulgación oficial ayer de la encíclica Laudato Si (Alabado seas) que se mete de frente con un tema polémico: el cambio climático. A lo largo de 191 páginas, el heredero de San Pedro sienta su posición ante un asunto que algunos de los fieles más conservadores de la Iglesia Católica consideran como demasiado terrenal.
Sin embargo, es evidente que el Vicario de Roma considera que el calentamiento global no solo es una realidad ante la cual hay que reaccionar, sino que este el resultado de una mezcla de actitudes que incluyen la apatía, la búsqueda de utilidades a toda costa, un modelo de desarrollo equivocado y una falta de liderazgo a la hora de buscar soluciones.
El lenguaje, aunque no está desprovisto de diplomacia, es directo en más de una ocasión, como lo prueba el párrafo siguiente: “La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan solo por el rédito económico y otros se obsesionan solo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles”.
El mensaje es muy importante, no solo por su contenido, sino por su oportunidad. En diciembre tendrá lugar en París una cumbre de las Naciones Unidas para examinar el tema del cambio climático, que posiblemente desemboque en medidas concretas para limitar la llegada de carbono a la atmósfera, causante del llamado ‘efecto invernadero’.
Aunque en ocasiones pasadas fue difícil construir un consenso, ha tenido un giro en el discurso de los países poderosos que no debería pasar inadvertido. Así ocurrió en la pasada reunión del Grupo de los Siete, en la cual el tema ocupó un lugar destacado, comenzando por la voluntad de promover el uso de energías limpias y renovables, lo cual implica el abandono paulatino de los combustibles fósiles.
Ahora el mensaje del Papa se suma a tales posturas, con la ventaja de que su escrito tendrá más eco en las naciones emergentes, que en épocas pasadas mostraron actitudes divergentes ante las posibles soluciones propuestas. No hay duda de que abandonar las opciones de siempre implica un costo elevado, que es más difícil de asumir para las naciones que poseen un menor nivel de ingreso. Incluso, ciertas alternativas han llegado a ser denunciadas como una manera de perpetuar la dominación del norte sobre el sur.
Al respecto, Francisco sostiene que se trata de uno de los puntos más críticos para el avance de la humanidad. “Este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos”, afirma. También agrega que “el gemido de la hermana Tierra se une al gemido de los abandonados del mundo”. Y para que no queden dudas sobre lo que opina, insiste en que “la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora”.
Colombia, cuyo desarrollo reciente tuvo como base esos combustibles fósiles, debería tomar nota. Porque en este caso, y así el trayecto se demore, los caminos pueden conducir a lo que dijo Roma.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
Twitter: @ravilapinto