Los colombianos son especialistas en identificar en qué áreas el país lidera o se destaca. Esas listas van, desde el pueblo que habla el ‘mejor español del mundo’, hasta el del ‘segundo himno nacional más hermoso, luego de La Marsellesa’, pasando por la nación con ‘mayor diversidad ecológica’.
La más reciente adición era el título de una de las sociedades más felices del mundo. La mención está basada en datos reales: un ranking del Barómetro Global de Felicidad, Esperanza y Optimismo en la Economía ubicó a Colombia en segundo lugar, después de Fiji, ante la pregunta qué tan feliz o infeliz se sentían los encuestados.
No obstante, una nueva medición, el Reporte Mundial de Felicidad 2017, trae resultados no muy positivos. Los colombianos no solo no se cuentan entre los pueblos más felices del planeta, sino que ocupan la lejana casilla 36 entre 155 naciones. Por encima de Colombia aparecen otros países latinoamericanos como Costa Rica (10), Chile (20), Brasil (22) y Argentina (24). Si bien ambas clasificaciones no son técnicamente comparables, perder el título de la mayor felicidad causó algo de tristeza nacional.
Medir la felicidad colectiva es una moda relativamente reciente. En el 2012, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Felicidad contrató a la Universidad de Columbia para elaborar el primer ‘Reporte Mundial de Felicidad’. La premisa central detrás de esta ‘ciencia de la dicha’ es que variables adicionales al ingreso podrían explicar el bienestar de las personas de una mejor manera que mediciones económicas tradicionales como el Producto Interno Bruto.
Por ende, al encontrar factores que ‘expliquen’ o se relacionen con una medida de felicidad colectiva, los gobiernos podrían diseñar políticas públicas enfocadas a hacer más felices a las sociedades. Así, la economía, alguna vez llamada la ‘ciencia deprimente’ por el historiador Thomas Carlyle, podría dedicarse de forma científica y sistemática a mejorar la satisfacción de los individuos con su vida y su entorno. El reporte que ‘raja’ a Colombia es producto de esa corriente intelectual y viene con el sello de Naciones Unidas.
Una mirada más detallada a este indicador del estado del ánimo, ayuda a entender el mediocre resultado de nuestro país. A diferencia de otros listados que solo preguntan la sensación individual de felicidad, el reporte de la ONU se construye a partir de seis variables: el PIB per cápita, la expectativa de vida, la percepción de corrupción, los grados de generosidad, soporte social y elección individual. Es decir, una sociedad feliz es sinónimo de buena salud, mayor libertad, ingresos equitativos, mucha honestidad y tejido social fuerte. Colombia no es líder mundial en ninguno de estos factores constitutivos del indicador.
Bajo este abordaje, no sorprende que los países nórdicos y Suiza lideren el listado, seguidos de Holanda, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Sin embargo, las mayores diferencias en felicidad se dan dentro de las mismas naciones: en las ricos, más que el ingreso monetario, la salud mental y las relaciones interpersonales definen quién es más feliz. En las sociedades más pobres, los bajos ingresos, e incluso el desempleo, explican la infelicidad.
Que Colombia no ostente el título de uno de los países más felices del mundo no significa que este ejercicio no deje lecciones. El bienestar colectivo se construye con mejores ingresos para todos, pero este no puede ser el único objetivo de las políticas públicas. Una expectativa de vida alta y mayores grados de confianza social contribuyen a ser ‘más felices’, así como menos corrupción y tener a alguien con quien contar.
Esa visión fiestera y ruidosa que en Colombia pasa por la felicidad no es lo que miden estos reportes de Naciones Unidas. Al fin de cuentas, una sociedad feliz es aquella donde sus habitantes encuentran un propósito a sus vidas, así como las herramientas para hallar esa satisfacción individual y colectiva.
Editorial
¿El país más feliz?
Según el reporte de la ONU, Colombia no solo no se cuenta entre los países más felices del planeta, sino que ocupa el puesto 36 de 155 naciones.
POR:
Ricardo Ávila
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