No ha transcurrido una semana desde cuando el Ministerio de Hacienda radicó en el Capitolio el proyecto de reforma estructural que busca cambiar la normatividad tributaria vigente.
Lejos de disminuir, el coro de críticas en contra de la iniciativa no cesa, mientras las voces en favor de la propuesta brillan por su ausencia, con la excepción de un puñado de técnicos que considera que si el articulado sale, habría un salto cualitativo en favor de la simplificación y la equidad.
Especialmente notorio es el silencio de los gremios, cuya presión hace dos años llevó a que se convocara una comisión de expertos independientes, la misma que emitió un sesudo reporte que sirvió como base para la propuesta actual. Tal parece que las consideraciones individuales de los afiliados que salen perdiendo impiden que se hable del tema en conjunto, así en privado más de un dirigente acepte que aquí se daría un paso hacia adelante.
Sin embargo, lo que prima en las declaraciones son los escenarios apocalípticos. Fenalco habló de la quiebra de miles de tenderos por cuenta del impuesto de 300 por pesos por litro a las bebidas azucaradas, el alza en el gravamen de los cigarrillos, o la introducción del monotributo, un esquema voluntario dirigido a los pequeños comercios.
Por su parte, Camacol alertó sobre la eliminación de un beneficio para los constructores que edifican vivienda de interés social, aparte de rechazar la introducción de un IVA del 5 por ciento que se aplicaría en las ventas de casas y apartamentos de más de 800 millones de pesos. La entidad aseguró que la oferta se reduciría en 70.000 unidades por año, lo cual deprimiría la generación de empleo y el desempeño de la industria de insumos como el cemento o el ladrillo.
Y la lista sigue. La Cámara Colombiana del Libro rechazó el cambio en las reglas del juego que, de acuerdo con varias editoriales, obligaría a elevar el precio de las publicaciones. El tratamiento del IVA y la eliminación de la exención del impuesto de renta para las empresas más grandes, cayeron mal en el sector.
También fue criticada la idea de bajarle el umbral de tributación a computadores y tabletas, al igual que introducir una nueva carga a ciertos planes de datos. A su vez, las cooperativas se declararon en pie de lucha por cuenta de las nuevas condiciones que regirían para ellas, que se enmarcan dentro del propósito de apretarles las clavijas a las entidades sin ánimo de lucro.
Si a lo anterior se le agrega el anunciado efecto inflacionario de elevar el IVA al 19 por ciento, el golpe para el mercado de capitales que significaría el gravamen a los dividendos, o los peligros que surgirían por un eventual abuso de la norma, que permitiría castigar con cárcel a los evasores de activos por más de 5.000 millones de pesos, el panorama se ve inquietante.
Bajo ese punto de vista, la tributaria acabaría con incontables negocios, dispararía el desempleo, elevaría la evasión, estimularía el contrabando y conduciría a la economía a la debacle.
Tal postura, que tiene más de un adepto, nace de la suma de intereses particulares que buscan defender privilegios a punta de anunciar catástrofes. Mientras tanto, brillan por escasas las voces encargadas de señalar que cruzarse de brazos es la peor opción de todas, pues el ajuste lo harían los mercados.
El ejemplo de Brasil muestra que una recesión que venga acompañada de una crisis de confianza es factible, si la tarea de poner la casa en orden no se hace a tiempo.
Por tal razón, es de esperar que los mismos dirigentes que en su momento defendieron la necesidad de una reforma estructural levanten su voz para que sea aprobada, después de que el Congreso haga la tarea que le corresponde, anteponiendo el bien común al particular.
Si las cosas se hacen bien, todos ganamos. Si las cosas se hacen mal, unos cuantos obtendrán ventaja, pero a costa de la salud de la economía y del crecimiento futuro.
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto
Editorial
Una propuesta sin amigos
Ojalá los dirigentes que defendieron la necesidad de una reforma tributaria estructural, levanten su voz para que sea aprobada.
POR:
Ricardo Ávila
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