Para la mayoría del público la noticia pasó desapercibida, pero no hay duda de que quienes le toman el pulso a la economía colombiana registraron el informe entregado por el Banco de la República a comienzos de la semana, con respecto al comportamiento de la balanza de pagos en las que se registran las transacciones con el exterior. El parte es clave, porque desde hace rato los expertos sostienen que el país es vulnerable en dos campos: externo y fiscal, pues en ambos existen brechas importantes. Los llamados ‘déficit gemelos’ hacen que más de uno arrugue el ceño.
Y a decir verdad, en el caso del primero, las nuevas no fueron buenas. De acuerdo con el Emisor, el saldo en rojo de la cuenta corriente –que mide el intercambio de bienes y servicios al igual que el flujo de las rentas entre residentes y el resto del mundo– subió de manera notoria durante el primer trimestre del 2019, al ubicarse en el equivalente de 4,6 por ciento del Producto Interno Bruto, más de un punto porcentual por encima del guarismo de igual lapso del año pasado. Aunque estrictamente hablando no hay un nivel ideal, lo usual es que una cifra superior al 4 por ciento, encienda las alarmas.
En la presente ocasión, el empeoramiento es atribuible a un bache creciente en la balanza comercial, consecuencia de que las exportaciones se encuentran prácticamente estancadas y las importaciones suben. La falta de dinámica de nuestras ventas a otros mercados es inquietante, particularmente en lo que atañe a productos agrícolas e industriales. Si a lo anterior se le agregan los altibajos en las cotizaciones de petróleo o carbón, salta a la vista una gran fragilidad que nos puede traer varios dolores de cabeza.
Afortunadamente, hay otros renglones que se comportan bien. El parte sería mucho más preocupante de no ser por las remesas de trabajadores que en el 2018 llegaron a un máximo histórico, el cual apunta a ser superado este año. Entre enero y marzo los ingresos provenientes de los colombianos que viven afuera sumaron 1.520 millones de dólares, un incremento cercano al 10 por ciento.
Adicionalmente, los conocedores del tema insisten en que lo más importante cuando existe un déficit es saber cómo se financia. Dado el complejo clima internacional por cuenta del proteccionismo impulsado por Donald Trump, el alza en las tasas de interés y la salida de capitales de las economías emergentes, el asunto genera todavía más atención. Atrás quedaron las épocas del dinero barato, cuando ciertos desequilibrios eran tolerables.
Al respecto, Colombia puede demostrar que hay menos motivos de preocupación de los que a primera vista surgen. El comportamiento de la inversión extranjera directa –cuyo ascenso fue del 68 por ciento en el primer trimestre– sirvió para enjugar el faltante, a través de un rubro con vocación de permanencia. Es cierto que eventualmente esos recursos se traducirán en pagos de dividendos más altos si los emprendimientos en cuestión son exitosos, pero son vistos con mejores ojos que un mayor endeudamiento.
Por tal motivo, resulta explicable el entusiasmo del Gobierno al destacar la llegada de capitales foráneos. El alza del petróleo influye en que vengan más recursos para el sector extractivo, si bien esa no es la única razón. Las estadísticas confirman que el país logra atraer sumas importantes para proyectos en múltiples sectores y si esa situación persiste, será más fácil calmar a quienes están preocupados.
Sin embargo, no hay que menospreciar el déficit de la cuenta corriente. Así la devaluación del peso haya influido en el deterioro, el equipo económico no puede ser indiferente a un desbalance que, a la larga, será difícil de sostener. Cerrar la brecha a las buenas tendrá que ser una prioridad. Porque, de lo contrario, los mercados se pueden encargar de hacerlo a las malas.
Ricardo Ávila Pinto
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