A medida que avanza el año, persiste en el mundo la impresión de que la notoria dinámica que hasta hace poco había caracterizado a las llamadas economías emergentes ha perdido vapor. Así lo volvió a reiterar ayer la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, en un discurso pronunciado en Washington, pocos días antes de que a la capital estadounidense lleguen los ministros de Hacienda y banqueros centrales, que por esta época asisten a las reuniones de primavera que organiza la entidad multilateral.
Aunque los pronósticos exactos aún no se conocen, el mensaje es que ha tenido lugar cierto rebalanceo, que consiste en que las naciones más ricas han acelerado su ritmo, mientras las menos desarrolladas se han ralentizado. Es cierto que estas últimas todavía superan en velocidad a las primeras, pero el cambio de marchas ha sido suficiente para inquietar a los inversionistas que han preferido llevar su dinero a sitios que consideran más seguros.
Dicha actitud también se ha sentido en América Latina, cuyos prospectos no son los más brillantes. A finales de marzo, el Banco Interamericano de Desarrollo señaló que el aumento en el Producto Interno Bruto de la región sería de apenas 3 por ciento este año. Si bien dicha tasa debería subir un poco en el futuro, el mensaje es que a menos que se hagan reformas para aumentar la productividad y romper un buen número de cuellos de botella pendientes, todo apunta a datos mediocres.
Las preocupaciones, en el caso latinoamericano, se centran en temas problema como los de Venezuela y Argentina, al igual que en Brasil, que camina a un paso paquidérmico. Incluso Chile, considerado durante lustros el país de mostrar, empezó el 2014 con el pie izquierdo, mientras que Perú ha sentido el frenazo atribuible a los menores precios de las materias primas que exporta.
Mientras ello ocurre, el entusiasmo con Colombia no para. En días pasados, una publicación especializada insistió en que nuestra economía es “la estrella en ascenso” de esta parte del mundo, mientras que ayer el prestigioso Financial Times nos describió como uno de los “pumas” de América Latina, en un especial sobre la Alianza del Pacífico.
Y las alabanzas no se detienen ahí. Tanto en la cita del BID como en la del Foro Económico Mundial, que concluye hoy en Panamá, han abundado los elogios sobre la realidad colombiana. Quienes los hacen no son diplomáticos que buscan endulzarle el oído a su audiencia, sino banqueros privados o representantes de fondos de inversión que exploran oportunidades de negocios.
Las razones de los buenos calificativos son múltiples. Estas van desde lo que muestran las cifras sobre inflación, desempleo, crecimiento o evolución de la pobreza, hasta la impresión de que la actual carrera por la Presidencia de la República no incidirá en un cambio de rumbo en las políticas públicas, más allá de quien resulte triunfador. Pero, sobre todo, se insiste en que las dinámicas son positivas y estas incluyen una clase media en expansión, aparte de un importante programa de gastos en infraestructura que debería crear un círculo virtuoso en los años que vienen.
Semejante manera de apreciar las cosas puede resultar extraña para los colombianos, cuyas preocupaciones están más condicionadas por la coyuntura que por las tendencias de largo plazo. Tal como lo reiteran las encuestas, los ciudadanos mantienen su talante pesimista sobre la evolución de los asuntos nacionales y le dan malas notas al manejo de temas como la corrupción, la seguridad o la calidad y el cubrimiento de la salud.
¿A quién creerle, entonces? A ambos, sostienen quienes saben de estas cosas. Es indudable que las preocupaciones de la gente son válidas y tienen un asidero real. No obstante, es igualmente cierto que hay mejoras y un cambio que muchas veces se ignora en medio de los atafagos del día a día. El mismo que lleva a quienes nos miran desde afuera a decir que nuestra estrella no ha dejado de avanzar en el firmamento.
Ricardo Ávila Pinto
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