Desde ayer la cúpula del gobierno de Iván Duque está reunida en la hacienda Hatogrande para revisar los logros de lo corrido del cuatrienio y definir una estrategia para acelerar los proyectos.
Estos ‘retiros espirituales’ en la finca presidencial llegan en el momento adecuado, quizás un poco tarde. La administración Duque está en mora de un redireccionamiento estratégico tanto en los frentes político como en el técnico y el de alineación de resultados.
Al igual que en una empresa, el primer mandatario, como líder del Ejecutivo, debe evaluar los resultados de sus ministros, consejeros y directores de las principales entidades a la luz de las metas propuestas. No obstante, la tentación de caer en una larga “lista de mercado” de logros es alta y el Presidente debe resistirla.
Uno de los objetivos cruciales de un ejercicio como el que el alto Gobierno desarrolla hoy en Hatogrande es la construcción de una narrativa integral que conecte los logros que se buscan para esta etapa del cuatrienio.
Al círculo presidencial en la Casa de Nariño, en cabeza de la jefe de gabinete María Paula Correa, le corresponde definir ese hilo conductor entre las iniciativas gubernamentales que le estampe a Duque ese sello que hoy no está claro.
El entorno que rodea al Ejecutivo en su taller de planeación es negativo y complejo. Las encuestas mantienen altos índices de desaprobación a la gestión del presidente Duque, alrededor del 70 por ciento.
El pesimismo es la emoción que mejor describe el sentir mayoritario de los colombianos frente al rumbo del país e incluso, por el alto desempleo, frente al rumbo de su propio hogar.
Si bien estos “estados de ánimo” de la sociedad colombiana llevan varios años y no son exclusivos de Duque, las protestas de finales del año pasado canalizaron buena parte tanto de ese descontento como de las expectativas insatisfechas de las clases medias y vulnerables.
El manejo político del Gobierno frente a la protesta ciudadana le ha bajado la temperatura al estallido social pero las corrientes que alimentan esa rabia colectiva de millones de compatriotas siguen caudalosas. La tentación de pasar la página de las marchas para regresar a la hoja de ruta original es también alta. Cualquier estrategia que la cúpula del Ejecutivo esté construyendo en estos momentos no puede cometer el error de asumir que el reto del descontento social está superado.
Por ende, uno de los desafíos de la agenda de Hatogrande está en la fusión de los proyectos prioritarios que el Gobierno viene trabajando desde agosto de 2018 con las más sentidas demandas que la sociedad esgrime en las calles. El ejercicio de la Conversación Nacional se sintoniza con esta necesidad pero la conexión no se ha hecho suficientemente explícita y aún es desconocido por muchos colombianos.
Más que los puntos de esta agenda- las reformas a impulsar en el Congreso y los programas a priorizar- la urgencia está hoy más en lo estratégico. Insertando el factor del descontento social en la ecuación, ¿cuál es la hoja de ruta que Duque quiere que Colombia transite, cómo nos conducirá allá y cómo ese camino atenderá algunas de las angustias ciudadanas?
La respuesta a estos interrogantes no puede ser la totalidad del Plan de Desarrollo. Llegó el momento de priorizar objetivos que se conecten con esa narrativa integradora y que encarnen ese sello de Gobierno.
Una parte crucial de esta redefinición estratégica es la capacidad del Gobierno de que la sociedad comprenda esa ruta, sus hitos y sus resultados. Ahí entra el rol de una comunicación presidencial que desborde el relacionamiento con los medios de comunicación para trasmitir a la opinión pública el hacia dónde vamos y el cómo vamos a llegar a ese destino colectivo.