Desde hace tiempo los analistas que le toman el pulso a Colombia han mencionado los beneficios que experimentaría el país si las negociaciones de paz llegan a feliz término. Diversos estimativos han planteado que, aparte de ponerle un torniquete a una realidad violenta que ha dejado una estela de sangre, el ritmo de crecimiento podría subir en dos puntos porcentuales al año, una aceleración que parece menor, pero que al cabo de una generación nos permitiría llegar a un nivel de desarrollo mucho más elevado.
No obstante, sin entrar a debatir los cálculos que se hacen, vale la pena resaltar algunos de los pronunciamientos hechos durante el evento que, sobre la llamada ‘tercera vía’, se hicieron ayer en Cartagena. En pocas palabras, el mensaje que recibieron las personas vinculadas al sector privado, presentes en el Centro de Convenciones de la ciudad caribeña, es que la paz es el mejor negocio que pueden concretar los colombianos.
Semejante afirmación puede sonar obvia. Pero no lo es tanto si quienes la hacen son personalidades de la talla de Bill Clinton, Tony Blair, Felipe González, Fernando Henrique Cardoso y Ricardo Lagos. Así, líderes que han tenido a su cargo grandes responsabilidades, que nos miran desde afuera y pueden expresar su opinión con total independencia, no dudan en señalar que la oportunidad que existe ahora, consistente en terminar de un plumazo con más de medio siglo de conflicto interno, es algo que no se puede desperdiciar.
El pronunciamiento es válido, a la luz de los altibajos propios de unas conversaciones que se llevan a cabo sin que exista un cese al fuego de por medio. Los ataques terroristas o los atentados en contra de los integrantes de la Fuerza Pública llevan a que en más de una ocasión la opinión se muestre escéptica en torno a la probabilidad de que las cosas cambien.
En consecuencia, resulta clave resaltar cuál es la recompensa si ambos lados consiguen llegar a un entendimiento, uno que le ponga fin a las hostilidades y establezca mecanismos adecuados de reparación a las víctimas y aplicación de un esquema de justicia transicional.
Conseguido ese objetivo, vale la pena entender que el verdadero trabajo apenas empieza. Este no es otro que el de “crear una sociedad decente”, como lo señaló el expresidente brasileño Cardoso, en el curso de la sesión de ayer. La manera de conseguir tan ambiciosa meta tiene que ver con la creación de una infraestructura institucional que permita que las cosas funcionen y que la promoción del sector privado, junto con los estímulos a la actividad empresarial, se vean combinados con políticas que apunten a mayor justicia social, según lo anotó González, el exlíder del PSOE español.
Y es que una cosa es firmar un acuerdo y otra es construir la paz. El primero puede ser cuestión de meses, si en La Habana las Farc dan muestras de la buena voluntad que a veces escasea en sus pronunciamientos. El segundo, en cambio, es un desafío de muchos años. El británico Blair contó que en el caso de Irlanda del Norte todavía hay asuntos pendientes, casi dos décadas después de haber conseguido un entendimiento.
Especialmente clave es que la gente sienta que su calidad de vida ha mejorado, una vez se silencien los fusiles. Estos éxitos no consisten en los mentados ‘ríos de leche y miel’ que los dirigentes prometen, sino en la sensación de que la realidad empieza a cambiar para bien, algo que implica trabajar en tantos temas pendientes -incluyendo el de la seguridad urbana o la calidad de ciertos servicios clave como la educación-, que no necesariamente se encuentran atados a un entendimiento con la guerrilla.
En resumen, y como dirían los académicos, la paz es una condición necesaria, pero no suficiente para conseguir el progreso. Sirve para allanar el camino, pero el trabajo sigue, porque como bien dijo uno de los panelistas presentes en Cartagena, “sin ella no puede haber tercera vía”.
Ricardo Ávila Pinto
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