En los últimos días, Colombia parecería haberse vuelto un lugar importante para la realeza europea. Así lo sugiere la visita que hizo al país la princesa Astrid de Bélgica a mediados de octubre, a la cual se le suma la llegada hoy del príncipe Carlos, sucesor al trono de la corona británica, quien estará con su esposa Camila Parker, duquesa de Cornualles, en la que será una permanencia de cinco días.
Y los contactos con la nobleza no terminarán allí. La próxima semana será el turno para el presidente Juan Manuel Santos de atravesar el Atlántico con rumbo al Viejo Continente, en donde se entrevistará con dos reyes que comparten el mismo nombre de Felipe: el de España y el de Bélgica.
Ellos son los anfitriones más ilustres que recibirán al mandatario colombiano en la que será ‘una gira maratónica’, como la describe la Casa de Nariño. En la lista también están, en su respectiva capital, el Presidente del Gobierno español; el Primer Ministro belga; los integrantes de la Comisión Europea; la Canciller de Alemania; el Presidente de Francia; el Presidente, el Primer y el Viceprimer Ministro de Portugal, y el Viceprimer Ministro del Reino Unido. Son seis países en cinco días.
Semejante trote, tiene una explicación. Según el propio Santos, el objetivo es reforzar el apoyo político al proceso de paz y que este “se traduzca en actos concretos como la creación de (un) fondo de la Unión Europea para el posconflicto”. Este último es un mecanismo para facilitar la financiación de proyectos y no sería el único, pues Estados Unidos haría algo similar, de acuerdo con el mandatario.
No obstante, desde ya han comenzado a escucharse en Colombia voces que cuestionan la travesía. Las primeras tienen que ver con que el esfuerzo es prematuro. Más allá del tono optimista del Presidente, que contrasta con el que tienen sus negociadores, todo indica que la conclusión de las conversaciones no es inminente. Faltan todavía dos puntos clave de la agenda y episodios recientes como los de las visitas de las víctimas a La Habana dejaron un mal sabor, en cuanto a la voluntad de contrición y búsqueda de la reconciliación por parte de las Farc.
Como si eso fuera poco, nadie sabe a ciencia cierta en cuánto podría calcularse el valor del posconflicto. Puesto de otra manera, no será sencillo conseguir compromisos en firme para una negociación de paz cuya fecha definitiva está en veremos y que tiene un monto indeterminado. No hay que olvidar que cualquier donante tiene vigencias presupuestales y que será imposible pedir cheques en blanco, así la comunidad global respalde el intento de ponerle término a la guerra que nos ha desangrado.
Por otra parte, están los que señalan lo difícil que va a ser conseguir dinero regalado. Los europeos no han logrado salir de la crisis de hace seis años y las posibilidades de caer de nuevo en una recesión son altas. La voluntad de cooperar puede existir, pero los recursos sin ataduras no. Debido a ello, el fondo de marras se puede ver nutrido con créditos condicionados que suenan muy bien, pero funcionan mal, como lo demostró la experiencia centroamericana de hace dos décadas.
Además, hay que recordar que Colombia es una nación de ingreso medio, con un Producto Interno Bruto cercano a los 378.000 millones de dólares y una renta por habitante que supera los 7.500 dólares. Dado el bajo nivel de tributación efectivo, a pesar de las altas tarifas nominales, siempre habrá quien diga que la plata para el posconflicto debe salir de adentro y no venir de afuera.
Todos esos elementos deberían ser tomados en cuenta para no caer en la trampa de elevar las expectativas, allá y acá. Porque, aunque el esfuerzo diplomático es justificable, es un riesgo que los europeos piensen que la paz está en la puerta del horno y que los colombianos crean que el país se va a llenar de euros, por cuenta de una solidaridad que tendrá tanto de largo como de ancho.
Ricardo Ávila Pinto
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