Hacía tiempo que los asuntos relativos al café no se ventilaban con tanta intensidad en los medios de comunicación. Pero bastó la filtración del informe preliminar elaborado por la Misión que convocó el Gobierno para estudiar los temas de competitividad de todo lo relacionado con el cultivo del grano, para que el tema regresara al centro del debate.
En diversas intervenciones los representantes de los cultivadores se apartaron de las conclusiones obtenidas por la docena y media de trabajos académicos que serán publicados en el futuro cercano. Para quien no estuviera involucrado, lo que quedó en el ambiente fueron adjetivos como ‘superficial’, ‘sesgado’ o ‘equivocado’, lo cual da la sensación de que todo el trabajo habría sido en vano.
No obstante, descalificar de plano el esfuerzo hecho sería un error mayúsculo. Para comenzar, porque unos y otros no quieren una cosa distinta a que la caficultura colombiana se fortalezca. En lugar de actuar defensivamente, el gremio debería reaccionar de forma constructiva y mostrarse dispuesto a debatir una serie de planteamientos que implican cambiar el statu quo.
Los tiempos que corren favorecen que se entable un diálogo entre los cafeteros y los integrantes de la Misión, que podría llegar a ser muy fructífero. Tanto el alza en los precios internacionales como en el volumen de la cosecha interna, han permitido que el ingreso de los cultivadores aumente de forma sustancial. Frente a la sensación de prosperidad que hoy recorre de nuevo a los departamentos con mayor presencia de la actividad, parecen lejanos aquellos meses del año pasado en los que paros y agitación social fueron la constante.
Sin embargo, es dudoso que las ‘vacas gordas’ duren siempre. Propios y extraños concuerdan en que las circunstancias que influyeron para el aumento de las cotizaciones –como la sequía en Brasil o la roya en Centroamérica– son de carácter temporal y que tarde o temprano la libra de café volverá a bajar.
Cuando ello ocurra, es mejor estar preparados que salir a apagar el incendio de manera improvisada, como ocurrió la vez pasada. Pensar que el presupuesto nacional tendrá otra vez la capacidad de entregar subsidios por más de un billón de pesos, tiene poca factibilidad a la luz de la estrechez de las cuentas públicas.
En tal sentido, la labor de la Misión debería ser el comienzo y no el final de un proceso. El punto de partida estaría ubicado en los estudios realizados, que constituyen un aporte serio y comprensivo, pues dan herramientas de análisis que antes no existían.
Bajo ese punto de vista, no debería existir ningún tema vedado. Los cafeteros se rasgan las vestiduras cuando oyen hablar de reformas a la institucionalidad, de examinar la garantía de compra de la cosecha o de abrir el compás en cuanto a variedades cultivadas o sistemas de comercialización, y, prácticamente, se rehúsan a hablar. Pero solo un debate abierto le dará legitimidad a cualquier esquema, pues el argumento sobre lo que funcionó en el pasado no es válido ante las realidades del presente.
Estas incluyen aceptar que el regreso a un pacto de cuotas que regule las relaciones entre países productores y consumidores no es más que una ilusión. Ahora de lo que se trata es de poder competir en un mercado global en el que los gustos evolucionan y en el cual conceptos como agilidad, productividad y competitividad, son los que hacen la diferencia.
Nadie pone en duda que el café fue el producto que nos identificó como nación, el que fue el espinazo de la economía durante décadas y que permitió la mejora en las condiciones de vida de vastas zonas de nuestro territorio. Pero para que ese aporte continúe, es indispensable mirarse descarnadamente al espejo. Desdeñar los hallazgos y planteamientos de la Misión Cafetera es algo que no se merecen el más de medio millón de familias que viven de la actividad, ni los colombianos en su conjunto.
Ricardo Ávila Pinto
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