Mañana Estados Unidos y China firmarán la “fase uno” del acuerdo para frenar la actual guerra comercial entre ambas potencias.
Por tres años las dos principales economías del mundo han protagonizado un enfrentamiento que ha tenido como una de sus principales víctimas al comercio global.
El toma y dame entre Washington y Beijing ha tenido severos impactos en toda la actividad económica mundial. Si bien la guerra comercial no ha sido el único factor detrás de la desaceleración global, la incertidumbre generada por los mutuos aranceles entre ambos países sí ha contribuido a frenar inversión, descarrilar las cadenas de suministro y reducir el crecimiento.
Si bien Estados Unidos no sufrió mucho del daño global del conflicto comercial creado por el presidente Trump, las regiones más dependientes de las exportaciones como la Unión Europea sí han sentido golpes duros.
Por todo lo anterior, la noticia de la firma de la primera fase del acuerdo entre ambas potencias es bien recibida en todo el mundo como una especie de “tregua” dentro de esta confrontación. Al fin y al cabo, la continuación de la guerra comercial sinoestadounidense encabeza las listas de los riesgos más grandes para el buen desempeño de la economía global en 2020.
La “fase uno” del acuerdo sí trae un alivio a la compleja situación entre China y Estados Unidos en materia de comercio. En primer lugar, implica un freno en el escalamiento del conflicto que le brindará un respiro al resto de la economía mundial.
Segundo, permitirá ganar confianza y credibilidad entre las partes tras mucho tiempo de confrontación. De hecho, Washington y Beijing planean reasumir espacios formales de diálogo económico que fueron un instrumento de diplomacia económica usado por los pasados gobiernos Bush y Obama con China.
En tercer lugar, contempla medidas como el levantamiento de la acusación de manipulación de divisas contra Beijing y la compra de 200 mil millones de dólares en bienes estadounidenses que bajan la presión política dentro de ambas naciones.
No obstante, sería un error pensar que este acuerdo se traducirá automáticamente en el fin de las hostilidades comerciales. Los asuntos económicos más espinosos y controversiales entre Estados Unidos y China no fueron incluidos en esta primera fase.
La segunda fase incluiría una agenda más compleja como las reformas al sector financiero controlado por Beijing que pide Washington, los generosos subsidios a las empresas estatales chinas y el ciberhurto. Por ahora no hay mucha información sobre los tiempos y las agendas de esta siguiente fase del acuerdo.
Por grande que sea su impacto en el comercio global y el crecimiento de la economía mundial, el creciente conflicto entre ambas potencias es mucho más que aranceles. Estados Unidos y China están enfrascados en una competencia por la primacía política, económica y tecnológica.
La política de Trump hacia China ha reversado décadas de integración económica entre ambas potencias. El llamado “desacoplamiento” en tecnología, inversiones, suministros y talento humano entre estas dos economías tan estrechamente intrincadas ya constituye un fenómeno traumático y costoso con altos impactos.
A diferencia del conflicto ideológico con la Unión Soviética entre comunismo y capitalismo, el pulso entre China y Estados Unidos tiene componentes más geopolíticos y tecnológicos. Por un lado, la posición de Washington hacia Hong Kong, Taiwán y los derechos humanos en Xinjiang. Por el otro, la disputa por la preponderancia en las nuevas tecnologías como 5G, inteligencia artificial y computación cuántica. La nueva guerra fría es tecnológica.
Francisco Miranda Hamburger
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