A raíz de la crisis financiera de 2008, el economista egipcio Mohammed El-Erian llamó la “nueva normalidad” a las consecuencias permanentes en materia de recuperación del crecimiento que la recesión había generado a las economías desarrolladas.
El concepto, expuesto en mayo de 2009, ganó popularidad, ya que en palabras del propio El-Erian “el instinto de la mayoría de la gente tendió a caracterizar el shock como temporal y reversible, una alteración en forma de V”.
Si bien originalmente la ‘nueva normalidad’ se trataba de la persistente trayectoria de bajo crecimiento post-2008, la idea empezó a aplicarse en otras áreas de la economía y en los negocios.
Por una ‘nueva normalidad’ comenzó a entenderse las transformaciones drásticas generadas por las crisis que se convierten en cambios permanentes. Esto, en contravía de las hipótesis cíclicas también populares en el análisis económico y de negocios, que invitan a pensar en caídas periódicas seguidas de rápidas recuperaciones.
Este concepto ha revivido en estos tiempos de la pandemia global del coronavirus. Tras cuatro meses de propagación de la covid-19, más de tres millones de contagiados y de 200 mil fallecidos en 190 países del mundo, un tercio de la Humanidad en cuarentena y la economía global transitando hacia el peor desplome desde la Gran Depresión, cabe preguntarse sobre esas huellas permanentes que dejará esta crisis.
No hace falta esperar el desarrollo de una vacuna contra el coronavirus para poder visualizar esa ‘nueva normalidad’ de gobiernos, empresas y sociedad. Dado que la cuarentena no es vacuna, tanto la capacidad estatal de hacer pruebas de diagnóstico y ubicar sanos y enfermos así como las medidas de distanciamiento social, son los ejes sobre los cuales se están montando las estrategias de adaptación públicas y privadas.
La adaptación es la clave de esa ‘nueva normalidad’ dentro de la pandemia. Por ejemplo, en materia de prácticas empresariales, todos los sectores están expandiendo sus capacidades de teletrabajo, principalmente desde casa, y digitalización de sus procesos.
La necesidad de reducir al máximo aglomeraciones llevará a fábricas, proyectos de construcción y talleres a horarios escalonados, cambios en los turnos y un ritmo de producción diferente al tradicional.
Este mismo criterio de distanciamiento impactará a los espacios y las actividades de alto contacto, es decir, alta exposición al contagio. Los sistemas de transporte público, las aerolíneas, los restaurantes y los bares, los cines y teatros ya no tendrán el incentivo de llenar sus mesas y sillas, sino de mantener un aforo reducido.
Las actividades de alto contacto como servicios personales, peluquerías, gimnasios y belleza serán de los últimos en salir y deberán trabajar con tapabocas, guantes y demás elementos de protección.
La pandemia ha disparado a los sectores de la economía del bajo contacto. El confinamiento ha estimulado el crecimiento del comercio electrónico, las aplicaciones de domicilios, el entretenimiento en casa, los pedidos para llevar, las visitas médicas virtuales y las tiendas en línea.
No hay claridad de cuándo regresarán los niños y jóvenes a colegios y universidades, con el impacto que eso está generando al sector educativo. Nuestras sociedades se acostumbrarán a las mascarillas, los tapabocas, la revisión de la temperatura corporal, las pruebas de diagnóstico y el miedo a las aglomeraciones.
Ya hay marcas que el coronavirus está dejando en nuestras economías y hogares que, más que un efecto novedoso, son lo tristemente esperado en una crisis económica: empleos perdidos y negocios que no regresarán de la cuarentena. Esas huellas no necesitan que llegue la vacuna.
Francisco Miranda Hamburger
framir@portafolio.co
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