Juan Manuel Santos ha colocado la mayoría de sus apuestas en este segundo mandato, en el éxito de las conversaciones que se llevan a cabo con las Farc en La Habana. La eventual firma de un proceso de paz es vista como un quiebre definitivo en la historia de un país que ha pagado una enorme cuota de sangre por cuenta de la violencia. Además, diversos estudios muestran que el impacto económico de un cese de hostilidades sería muy positivo en los años por venir.
Sin embargo, el objetivo es todavía esquivo. Existe la sensación de que ambas partes transitan por una vía irreversible, pero los obstáculos que quedan –comenzando por las penas que podrían pagar o no los jefes guerrilleros– son grandes. Eso para no hablar de las resistencias que existen en Colombia sobre la marcha de las negociaciones, lideradas por el expresidente Álvaro Uribe y el procurador, Alejandro Ordóñez.
Por lo tanto, no le quedaría mal al Gobierno concentrarse en asuntos más tangibles. Ese es el caso de las cifras sobre la pobreza, que fueron dadas a conocer ayer por el Dane. Aunque siempre será fácil reaccionar con cinismo ante los datos oficiales, los académicos de las universidades más prestigiosas y los técnicos de las entidades multilaterales defienden la credibilidad de los resultados entregados.
Y, a decir verdad, estos son notables. De acuerdo con la Gran Encuesta Integrada de Hogares, en el 2014 la proporción de colombianos en condición de pobreza cayó en 2,1 puntos porcentuales con respecto al año inmediatamente anterior.
En números absolutos, la reducción equivale a 784.000 personas, de las cuales la mayoría habita en las cabeceras municipales. Dicho descenso concuerda con lo que muestra el índice de pobreza multidimensional, que se construye con otra metodología, y que bajó en 2,9 puntos porcentuales.
Por cuenta de la disminución referida, el país se encuentra muy cerca del promedio de América Latina, cuando desde hace rato se ubicaba por encima. Más importante todavía es que la región lleva tres años estancada en el mismo punto, mientras que Colombia sigue mejorando. De hecho, desde el 2009 la caída en la pobreza en el territorio nacional ha sido de casi 12 puntos porcentuales, algo que no tiene paralelo en nuestra historia.
La causa de esa evolución favorable es, ante todo, una. El mercado laboral es cada vez más robusto, lo cual se expresa en una disminución continuada de las tasas de desempleo y de los índices de informalidad. En la medida en que una proporción mayor de hogares cuenta con un ingreso relativamente estable, la calidad de vida aumenta. Es verdad que algunos programas oficiales de transferencias condicionadas les ayudan a las poblaciones más vulnerables, pero nada reemplaza a un buen trabajo.
Lo anterior no quiere decir que el esfuerzo debe detenerse. Que algo más de una cuarta parte de los colombianos sea pobre –es decir, que una familia de cuatro integrantes tenga un ingreso inferior a 847.228 pesos mensua- les– es inaceptable. Y más aún, que cerca de una tercera parte de ese grupo –8,1 por ciento del total– esté en condición de miseria, esto es que recibe menos de 376.412 pesos en conjunto.
Por tal razón, hay que cuidar la buena salud de la economía y, en particular, los niveles de ocupación. Reducciones adicionales en el empleo traerán consigo nuevas bajas en la pobreza. En cambio, si el mercado laboral se debilita no solo existe la posibilidad de dar marcha atrás, sino que un grupo importante de personas vería desmejorada su calidad de vida, alimentando el descontento.
No obstante, por ahora hay motivos reales para celebrar. Falta mucho por avanzar, especialmente en el terreno de la desigualdad. Pero lo conseguido puede ser el legado más importante de Santos.
Porque la paz es una promesa, mientras que la caída en la pobreza es una realidad.
Ricardo Ávila Pinto
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