Era imposible que la opinión pública en Colombia recibiera de buen agrado la noticia que entregó el lunes el Ministro de Minas, según la cual habrá un aumento en la tarifa de energía por cuenta de los trastornos que sufre el sector eléctrico, afectado por el fenómeno de ‘El Niño’. Más allá de que el incremento sea menor y que oscile entre 439 y 2.943 pesos en la factura mensual de la energía, según el estrato, a nadie le gustan las alzas.
Por cuenta del anuncio, la lluvia de críticas se hizo presente, algo que no deja de ser irónico en medio de una situación de sequía. Sin embargo, una mirada desapasionada al asunto muestra que el Gobierno tomó la determinación correcta al diseñar una fórmula que conduce a que la probabilidad de un racionamiento sea mínima. Gracias a lo hecho, las plantas térmicas podrán seguir operando y entregándole al sistema interconectado una proporción de gigavatios que se aleja de los promedios usuales, cuando las condiciones climáticas son normales.
Al respecto vale la pena recordar que Colombia cuenta con una capacidad instalada que supera con creces lo que necesita. El problema es que el 70 por ciento de las ‘fábricas de luz’ son hidroeléctricas, cuyo ‘combustible’ viene de los ríos y los embalses que estos alimentan, por lo cual hay que tener un colchón importante de otras fuentes con el propósito de evitar dolores de cabeza. De tal manera que cuando la pluviosidad falla, es indispensable que se prendan las turbinas movidas por vapor de agua, que a su vez nace de calderas calentadas por carbón, gas natural o líquidos como el fuel oil.
Sobre el papel, las termoeléctricas existentes en el país tienen la posibilidad de aportar hasta casi un 60 por ciento de la energía que consumen los colombianos, si bien la meta actual es que lleguen a la mitad. El lío es que lo hacen a pérdida, pues no solo reciben menos que antes por cada kilovatio entregado, sino que los insumos que utilizan son insuficientes o han subido de precio.
Por cuenta de una serie de hechos fortuitos, no hay gas suficiente para todas las plantas, debido al declive de algunos yacimientos y cuellos de botella puntuales en transporte. Al mismo tiempo, la situación en la frontera con Venezuela ha disparado la demanda de combustibles en esa zona del país, dando origen a problemas logísticos relacionados con la distribución. Para colmo de males, la devaluación del peso no ayuda, pues más de un elemento se tasa en dólares.
Es legítimo interrogarse sobre qué sucedió para llegar al punto actual y cómo se pudo crear lo que algunos describen como la ‘tormenta perfecta’. En su momento, una vez superada la emergencia ocasionada por ‘El Niño’ habrá que aprender de las angustias recientes e incorporar esas lecciones en modificaciones que habrá que hacer con el fin de redistribuir ciertas cargas. Más de un ciudadano pregunta con razón por qué si se ha venido pagando un cargo por confiabilidad desde hace años, hay que meterse la mano al bolsillo.
No obstante, la prioridad inmediata debe ser otra. Conseguir que los generadores térmicos –en su gran mayoría de capital privado– sigan funcionando es definitivo, así incurran en pérdidas que superarían los dos billones de pesos, aun tras el alivio descrito. Sería un craso error y un pésimo negocio para el Estado empezar a usar el mecanismo de la intervención que tanto propagan algunos.
Incluso quienes se quejan del alza en su factura de electricidad, olvidan los enormes costos que traería un racionamiento. Otra vez hay que recordar aquello de que ‘la energía más cara, es la que no se tiene’.
En consecuencia, hay que seguir adelante y prepararse para escenarios peores, como los de una posible prolongación de la sequía. Solo con medidas audaces y reacciones a tiempo, se podrá conseguir que los colombianos sigan con la luz prendida, a pesar de este ‘Niño’ que quiere apagarla.
Ricardo Ávila Pinto
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