Queda apenas una semana antes de que suenen las campanadas que anuncian el final del 2013 y, como es usual, abundan los análisis sobre el año que termina. En tal sentido, la evaluación que se hace es relativamente optimista, sobre todo después de que el dato de crecimiento del tercer trimestre superó las expectativas y comprobó que el país viene de menos a más.
No obstante, como reza el dicho, lo pasado, pasado. Y aunque evaluar el camino recorrido es útil, también vale la pena darle una mirada al futuro, especialmente porque los retos del 2014 se encuentran a la vuelta de la esquina. Hay elementos positivos, negativos e incógnitas, cuya interacción será determinante para lo que nos pase.
Entre los primeros hay que señalar la mejora del contexto internacional, según se desprende de las señales más recientes. Una dinámica que supere en vigor a la vista recientemente hace más propicio el buen comportamiento del comercio y puede ser el preámbulo de un círculo virtuoso largamente esperado.
En lo que hace a Colombia, el elemento más llamativo es el arranque de la locomotora de la infraestructura, que debería acelerar aún más su ritmo, a medida que empieza a volverse realidad el ambicioso programa de las autopistas de cuarta generación. Bajo este presupuesto, el sector de la construcción seguirá como líder indiscutido de la economía, recibiendo la posta de la minería y el petróleo, cuyo protagonismo empieza a pasar.
Tales circunstancias a favor se combinarán con vientos en contra. En el frente externo, el desmonte gradual de la política que puso en marcha durante un lustro el Banco de la Reserva Federal, consistente en inyectarle recursos al sistema financiero, debería sentirse sobre las tasas de interés foráneas y la disponibilidad de recursos. Un acceso más restringido al crédito, o flujos de inversión reducidos, pueden dar origen a trastornos importantes.
Internamente, es indudable que la llegada de las elecciones le aportará un elemento de incertidumbre al destino de algunas políticas. Es verdad que las encuestas dan para pensar que el continuismo triunfará en las urnas, pero aun así ciertas decisiones se pueden posponer hasta que el veredicto de los ciudadanos no esté claro. Adicionalmente, la protesta social, que tantos trastornos ha causado, se puede incrementar, haciendo uso del caldo de cultivo del descontento.
En cuanto a los grandes interrogantes, hay un par que vale la pena tener en cuenta. El primero es el futuro de Venezuela, no solo por la inminente devaluación del bolívar, sino por la posibilidad de que la economía vecina siga metida en un espiral en el que se combinan inflación, escasez, desequilibrios y una realidad política compleja. Pensar que vamos a resultar indemnes al coletazo, si los peores temores se vuelven realidad, sería ingenuo y equivocado.
No menos inquietante es el tema fiscal en Colombia. La reforma tributaria aprobada hace un año tendrá su verdadera prueba de fuego en el 2014 y hay temores fundamentados de que los recaudos no se comporten bien, por lo cual puede generarse un faltante considerable. Como si eso fuera poco, el impuesto al patrimonio termina su vigencia, lo cual obliga a apretarse el cinturón o buscar fuentes alternativas. Para completar el abanico, un acuerdo de paz eventual vendrá con el compromiso de mayores inversiones, implicando un esfuerzo de gasto que tendrá que ser financiado de alguna forma.
En conclusión, hay razones para ser optimistas y esperar, como dicen los expertos, que el crecimiento de la economía colombiana se acelere el próximo año, acercándose a la meta del 4,7 por ciento. Sin embargo, conseguir el objetivo requerirá que el equipo gubernamental mantenga la rienda corta y vigile que los ambiciosos planes en marcha se concreten. Porque como dice el refrán, ‘a Dios rogando y con el mazo dando’.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
Twitter: @ravilapinto