El inicio de una separación: así se podría calificar el envío, el miércoles pasado, de una carta de Theresa May, primera ministra del Reino Unido, a Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, en la que activa el Artículo 50 del Tratado de Lisboa. Nueve meses después de que el 51 por ciento del electorado británico votó a favor de salir de la Unión Europea (UE), la misiva de 6 páginas arranca oficialmente un proceso nunca antes experimentado en los 60 años del proyecto común europeo.
El brexit, como se ha bautizado, tiene un máximo de dos años, a partir del pasado 29 de marzo, para, como lo escribe May, “acordar los términos de nuestra relación futura, junto a los de nuestro retiro de la UE”. En el Viejo Continente se respiró un ambiente de tristeza e incertidumbre, pues la salida del Reino Unido se da en medio de un fortalecimiento de partidos políticos populistas, que agitan banderas nacionalistas contra la UE. Que Londres empiece su retiro es un golpe severo a su corazón político y económico.
Como muchos divorcios, el brexit será una negociación compleja y difícil para definir la separación definitiva. El camino no luce sencillo para ambas partes por varias razones. La primera es la novedad del mecanismo: no hay un modelo para seguir ni un ejemplo del pasado que delinee cómo un país abandona la UE. Ambas partes estarán construyendo esa ruta diplomática al andar.
'El Reino Unido aún no ha comenzado a experimentar las consecuencias dolorosas
de su decisión'
La segunda tiene que ver con los asuntos específicos que deben acordarse. Por 44 años, el Reino Unido integró un esfuerzo multinacional para borrar los efectos que las fronteras nacionales tienen sobre los movimientos de personas, capitales y mercancías. Esto implicó largos procesos de negociación entre muchos países para ajustar desde Constituciones hasta protocolos, pasando por políticas públicas y presupuestos que ahora deben reversarse. La lista de áreas legales y económicas por discutir es larga: aduanas, comercio, migración, competencia leal, protección industrial, política agraria, servicios financieros, política educativa, entre otras. Todo esto bajo el límite de dos años que fija el Art. 50.
Una tercera dificultad está en los distintos intereses económicos y políticos de ambas partes. Para el Reino Unido el escenario ideal es cumplir el mandato popular del brexit, con el mínimo impacto contra su economía y que esté definido para 2019. Por otro lado, la Unión Europea necesita hacer valer las ventajas de hacer parte de su club y ‘castigar’ a quienes se retiran. Si Londres disfruta de todos los beneficios de la Unión sin pertenecer a ella, ¿qué incentivos tendrán otras naciones para ceder parte de su soberanía a Bruselas?
Ese choque de intereses ya empezó a vivirse desde el primer día. Mientras el Reino Unido busca una negociación simultánea de la salida y del nuevo tratado comercial, muchos miembros de la UE quieren primero definir los términos de la separación y luego discutir las nuevas condiciones comerciales. Como May anunció que aspira retomar el control de las fronteras, naciones del Reino Unido como Escocia e Irlanda del Norte están buscando opciones para mantener los beneficios de la UE como otro referendo independentista, en el caso de los escoceses.
Y como en la mayoría de los divorcios, la discusión incluye hijos y plata. Sobre la mesa, desde ambos lados, están los derechos de más de 3 millones de ciudadanos europeos en las islas británicas y un millón del Reino Unido regados por toda Europa. En cuanto a dinero, para Bruselas existe una cuenta de 65 mil millones de dólares que Londres debe cancelar antes de abandonar la Unión. La sola existencia de esa deuda por pagar no es aceptada por los británicos. Este punto agriará las discusiones en el futuro.
Lo cierto es que el Reino Unido aún no ha comenzado a experimentar los efectos dolorosos de su decisión. Si bien la votación le costó el cargo al primer ministro David Cameron, su sucesora, Theresa May, ha impedido que el pánico se tome su economía. Tampoco el brexit se ha traducido en una oleada de victorias populistas en Europa: hay expectativa por Marine Le Pen, en Francia, pero en otros países el furor anti-Unión se ha calmado. Sin embargo, esa amortiguación política y económica se agotará cuando todos estos puntos sean discutidos. Como bien lo dijo May: “No hay vuelta atrás”.
Ricardo Ávila Pinto
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