Desde hace más de un siglo inmigrar a Estados Unidos ha sido la meta de millones de personas. En diferentes oleadas, el Coloso del Norte ha recibido a irlandeses, alemanes, italianos, chinos o vietnamitas, entre muchas otras nacionalidades. Y en el caso de América Latina no hay país alguno que no tenga una diáspora importante más allá del río Grande.
Sin embargo, pocos casos se comparan con el de México. Tanto la vecindad como la existencia de lazos culturales, al igual que razones históricas, explican que pasar la línea fronteriza sea una opción para muchos mexicanos, que buscan el sueño americano. Según una investigación reciente del Pew Hispanic Center, en las cuatro décadas pasadas el total asciende a 12 millones, de los cuales la mayoría entraron en forma ilegal, es decir, sin tener un permiso migratorio.
Por cuenta de esa situación cerca de una tercera parte de los 40 millones de inmigrantes que viven en Estados Unidos nacieron en México. El segundo lugar corresponde a China -con Hong Kong y Taiwán- pero dicha proporción apenas llega al 5 por ciento.
A la luz de tal cifra, resulta destacable lo ocurrido en los últimos tiempos. De acuerdo con el reporte citado, los flujos netos migratorios llegaron a cero en el caso mexicano. No quiere decir que nadie traspase la línea limítrofe, pero el Pew Hispanic Center sostiene que, mientras entre 2005 y 2010 1,4 millones personas lo hicieron en el sentido sur-norte, un número igual pasó del norte al sur. En contraste, entre 1995 y 2000 los datos fueron 3 millones y 700.000 individuos, respectivamente, lo cual implica que en ese lapso se quedaron más de dos millones en Estados Unidos.
Las causas de una variación tan abismal son varias. Para comenzar hay que reconocer que existe una estricta política de deportaciones que varía en intensidad, dependiendo de las circunstancias políticas. En el 2010, sin ir más lejos, 282.000 ciudadanos mexicanos fueron enviados de vuelta a su país.
No obstante, hay variaciones fundamentales en otros indicadores. En el 2000, 1,6 millones de personas fueron detenidas en la frontera sur de Estados Unidos y en el 2005 dicha cantidad fue de 1,1 millones. El año pasado, el total bajó a 286.000 a pesar de que los cuerpos policiales fueron reforzados. Puesto de otra manera, menos gente está haciendo la peligrosa travesía por el llamado ‘hueco’.
Por otro lado, aunque una proporción mayoritaria de los deportados a México manifiesta su intención de volver a territorio estadounidense, la proporción de los que dicen que no quieren hacerlo ha pasado de 7 a 20 por ciento. Y claro, también hay que tener en cuenta la abismal disminución en la tasa de natalidad mexicana, que de 7,3 hijos por mujer en 1960 pasó a 2,4 en el 2009.
Todo lo anterior conforma un panorama de descenso notorio en los flujos migratorios, a lo cual hay que agregarle un elemento adicional. Desde que estalló la crisis inmobiliaria estadounidense a finales del 2008, la economía mexicana ha tenido un mejor desempeño que la de su vecino y una tasa de desempleo inferior. Así, el balance de oportunidades ha cambiado.
Esa realidad no quiere decir que los países ricos dejen de ser un polo de atracción para muchos que aspiran a un futuro mejor. Desde que el mundo es mundo los seres humanos salen de los sitios más pobres hacia los más prósperos y esa regla seguirá vigente en el futuro.
Sin embargo, por cuenta del auge de las economías emergentes y de la contracción en las naciones industrializadas, los volúmenes van a ser diferentes.
Un ejemplo cercano de que eso es así es el de España, en donde ha disminuido sensiblemente el número de inmigrantes, incluyendo el de colombianos en la Península Ibérica. Tal parece que más de uno empieza a pensar que sí puede ser profeta en su tierra.
RICARDO ÁVILA PINTO
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