La Semana Santa de este año no es como las otras. La razón es que la Iglesia Católica estrena pontífice en medio de una de sus festividades más emblemáticas. La selección del cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco, ha sido recibida con alegría y esperanza en más de un aspecto.
El origen latinoamericano de la nueva cabeza del Vaticano es un reconocimiento al peso del hemisferio occidental en el Catolicismo.
Así mismo, su condición de primer jesuita en ocupar el solio de Pedro ha despertado expectativa sobre las posturas que podría asumir ante temas espinosos como las denuncias sobre abusos, el uso de preservativos o los derechos de los homosexuales.
Pero en materia económica, ¿qué se puede esperar de Bergoglio? Que un argentino sea el líder espiritual de más de 1.200 millones de creyentes en el mundo es, por sí solo, un poderoso mensaje. La Santa Sede en manos de un nacido en estas latitudes, abre la oportunidad para que la Iglesia preste mayor atención a los problemas de las naciones en desarrollo, en especial la pobreza y la desigualdad.
De hecho, el nombre que el papa escogió constituye una fuerte señal en esa dirección. San Francisco de Asís es una de las figuras más veneradas por creyentes y no creyentes. Heredero de gran fortuna, el fraile italiano lo dejó todo para predicar la humildad y la paz, y vivir entre los más desvalidos.
En las declaraciones y gestos públicos de las últimas semanas, Francisco ha dejado claro que los vulnerables serán protagonistas de su pontificado. “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”, afirmó en una de sus primeras ruedas de prensa.
Los distintos perfiles de su vida muestran al entonces arzobispo de Buenos Aires visitando barrios subnormales, rechazando el boato asociado a su dignidad eclesiástica y acusando a los Kirchner, mandatarios argentinos, de no combatir lo suficiente la desigualdad en su país. Es evidente que lo que él llama la “deuda social” tendrá un lugar preponderante en su agenda.
¿Se traducirán los anuncios papales en una nueva doctrina de corte progresista? En distintos discursos, y en un libro donde dialoga con el rabino Abraham Skorka, el entonces cardenal Bergoglio enfatizaba una visión ética del papel de la economía.
Para el hoy papa, “existe una propiedad privada, pero con la obligación de socializarla en términos justos”. Si bien es un promotor del trabajo pastoral, Francisco es crítico del populismo: “la gran tentación en la asistencia a los pobres reside en caer en el paternalismo protector que no los deja crecer”.
En ese sentido, es de esperar un énfasis más fuerte en la responsabilidad social de las empresas. Desde hace más de 120 años, las enseñanzas del catolicismo han respetado la libertad económica, pero han insistido en que se mitiguen los impactos en los más pobres, algo que se haría más evidente ahora.
El Vaticano ha sido crítico de los bancos, ha pedido un impuesto a las transacciones financieras y ha identificado la codicia como uno de los peores males. Algunos expertos pronostican que no cambiará ese sustrato, pero habrá un mayor énfasis en los asuntos que más golpean a los pobres, como el empleo y la educación.
Mientras eso sucede, no falta quien diga que Francisco deberá primero ordenar su casa. El Banco Vaticano y las finanzas de la Santa Sede se caracterizan por su falta de transparencia y por ser fuente de luchas de poder, escándalos y acusaciones.
Es pronto para evaluar hasta dónde llevará el primer pontífice del tercer mundo su preocupación por la desigualdad. La respuesta se sabrá dentro de poco, cuando viaje a este continente. En el intermedio, los que saben del tema dicen que más que una plataforma de política económica, la Santa Sede bajo Bergoglio usará su liderazgo espiritual para convertirse en brújula ética de la globalización.