El pasado viernes concluyó en Davos otra cumbre del Foro Económico Mundial (WEF) que congrega representantes de las élites políticas, económicas y empresariales de alcance global. La cita en los Alpes suizos se ha convertido en un termómetro anual que mide la temperatura y las expectativas de dirigentes, autoridades económicas y presidentes de multinacionales sobre el estado y rumbo de la economía mundial.
La antesala a la versión de este año no era la mejor. Tras un 2022 marcado por las consecuencias de la invasión rusa a Ucrania, los efectos de la galopante inflación y las altas tasas de interés y los vientos de recesión económica, el encuentro de Davos arrancó con un reporte del WEF identificando estos factores, y otros fenómenos adicionales, como parte de un escenario de “policrisis”. No obstante, sin desconocer la naturaleza crítica de la fotografía económica global, el ambiente entre líderes económicos y empresariales terminó con una mejora parcial de las perspectivas para el año que apenas comienza. Indudablemente la decisión de China de dejar atrás su estrategia de cero covid, y suavizar las restricciones, ha levantado el ánimo de la economía global. El ‘regreso del gigante asiático’, como lo afirmó el vicepremier chino, Liu He, impulsará desde las cadenas de suministro hasta el consumo de materias primas.
De hecho, la Agencia Internacional de Energía pronostica que la demanda de petróleo alcanzará niveles récord en este año -lo que beneficiaría a Colombia- mientras que hay señales en Estados Unidos y otras economías de un descenso en las presiones inflacionarias. Si bien los bancos centrales del mundo desarrollado alertan que seguirán su curso en materia de tasa de interés, los difíciles escenarios proyectados para 2023 parecen estar dando espacio a unas proyecciones menos pesimistas. Aunque el año sigue con estimaciones complicadas, los dirigentes económicos empiezan a moderar sus advertencias y los vientos de recesión global no serían tan devastadores como inicialmente se plantearon.
Mientras Davos concluye con una visión del nuevo año menos pesimista y con algunas rendijas de oportunidad para amortiguar el freno, los anuncios del gobierno colombiano en la cumbre en Suiza han despertado todo, menos optimismo. El presidente Gustavo Petro aprovechó su presencia para insistir en su agenda internacional de lucha contra el cambio climático, denuncia del capitalismo y protección de la Amazonía. Más aún, la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez reiteró la decisión de la administración Petro de “no conceder nuevos contratos de exploración de gas y petróleo”.
El primer mandatario confía en el turismo y en la venta de energías limpias a Estados Unidos como sustitutos de la alta contribución de los hidrocarburos a la economía nacional y a las finanzas públicas. Lo que no queda claro es el camino para que estas dos apuestas -que incluyen inversiones en renovables que aún no existen- reemplacen las contribuciones de la industria petrolera que, por ejemplo, en 2022 aportaría 58 billones de pesos a la Nación. En el caso del turismo, esta cadena tendría que triplicar sus ingresos para cerrar en el corto plazo el hueco que dejaría la decisión del Gobierno.
La agenda presidencial en Davos dejó para Colombia el regreso de la incertidumbre y de la preocupación por el futuro de la exploración de hidrocarburos, incluyendo al gas natural, que había sido anteriormente excluido de la ‘guerra’ del Gobierno contra este sector. Si le sumamos las distintas reformas -cuyo contenido definitivo aún no es conocido por la opinión pública- es probable que la mejoría en los escenarios económicos no toque al país.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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