Es una experiencia que puede ser calificada, al mismo tiempo, de antipática e inevitable, a menos que alguien quiera meterse en problemas. Se trata de la obligación de pagar impuestos, a la que están sometidas millones de personas y empresas a lo largo y ancho del planeta.
Y es que en las más diversas latitudes los contribuyentes tienen que relacionarse con el fisco, ya sea para cancelar tributos de orden nacional, regional o local, así como las contribuciones atadas a la nómina. Pero tal como en todas partes se cuecen habas, la manera de prepararlas no es la misma, especialmente en lo que atañe a las sociedades.
Así lo acaba de dejar en claro el reporte ‘Pago de impuestos 2014’, elaborado por el Banco Mundial en colaboración con la firma PwC, y cuya edición para América Latina fue lanzada ayer en Bogotá. El trabajo, que evalúa a 189 naciones, muestra la evolución tanto de las tarifas, como del tiempo que deben emplear los contribuyentes al año para llenar los diferentes reportes que se les exigen, al igual que las veces que le deben girar dinero al Estado.
Al respecto, el panorama global muestra un tema en permanente evolución. Si se hace una comparación con el primer informe dado a conocer hace nueve años, se encuentra que las tarifas que determinan la carga tributaria, que soportan las compañías, han venido disminuyendo de forma persistente. No sucede lo mismo con los impuestos laborales, que se mantienen casi constantes y que hoy representan el mayor componente de todos.
En cambio, es claro que hay un esfuerzo hacia la simplificación y modernización. La noticia de hace unos meses, según la cual el cosmonauta ruso Pavel Vonogradov fue el primer ciudadano en haber completado su declaración de renta desde el espacio, no habría podido producirse si la administración de su país no hubiera abierto la posibilidad de que las formas se llenen de manera virtual. A la fecha, en 76 economías se pueden hacer tales trámites de manera electrónica, desde cualquier lugar que tenga conexión a Internet.
No obstante, todavía hay un largo camino por recorrer. Según el Banco Mundial, una compañía mediana tiene una carga impositiva del 43 por ciento sobre sus utilidades, realiza 26,7 pagos anuales en promedio y necesita 268 horas para cumplir con sus obligaciones.
Frente a esos datos, Colombia muestra un tablero de sombras y luces. Entre las primeras, hay que destacar que en el rango general el país ocupa el puesto 104 a nivel internacional, que contrasta con el 38 de Chile o el 73 de Perú. La causa principal de que así sea es la tarifa nominal nuestra, que es del 76 por ciento, una de las tres más altas de la región, junto con las de Argentina y Bolivia.
Esa cifra es el resultado de sumar tres componentes principales: la tasa de renta, calculada en el 18,7 por ciento; el impuesto de industria y comercio, que es de orden municipal y asciende al 19,5 por ciento, y los aportes a la seguridad social, que llegan al 23,7 por ciento. Tras la reforma tributaria que entró en vigencia este año –y no se incluye en el trabajo citado–, el peso relativo de los componentes cambia en favor del primero y en contra del tercero, pero el impacto baja apenas al 70,9 por ciento. En otros frentes, las cosas se ven mucho mejor, pues el número de pagos anuales es de 10 y el tiempo que estos demandan es de 203 horas, en ambos casos por debajo de la media latinoamericana y global.
Sin embargo, el nivel de las tarifas devela que hay un problema serio que atenta contra la competitividad del país. El más inquietante es que los niveles nominales son muy altos en comparación con el recaudo, lo cual hace pensar en una gran evasión, sobre todo de impuestos locales. Por tal motivo, hay que seguir por la senda de las reformas para combatir la informalidad, si se quiere que los colombianos paguen lo justo y, sobre todo, que lo hagan.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
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