Tal vez lo más notorio que surge después de darle una mirada al Gallup Poll que fue dado a conocer ayer, es el contraste entre la percepción que tiene la gente en las cinco ciudades más grandes con respecto a la situación del país y la realidad personal de los encuestados. Aunque no es la primera vez que algo así sucede, las distancias son mucho mayores ahora.
Las cifras resultan elocuentes. En respuesta a la inquietud sobre si en Colombia las cosas están mejorando o empeorando, el sondeo en cuestión muestra que el 65 por ciento de los consultados se inclina por la segunda opción, mientras que solo el 21 por ciento se encuentra de acuerdo con la primera. Puesto de otra manera, el pesimismo alcanza niveles que no se veían desde mediados del 2002, con la única excepción de la época del paro agrario, que tuvo lugar hace un par de años.
No obstante, cuando la pregunta es: “¿está satisfecho con su estándar de vida, es decir, con todas las cosas que puede comprar y hacer?”, el 63 por ciento contesta que sí, en tanto que el 37 por ciento dice que no. Semejante índice es el más elevado desde cuando se comenzó a plantear el interrogante a comienzos del 2011, y viene en un ascenso ininterrumpido a partir de febrero.
Una evaluación tan positiva suena contradictoria a la luz de lo que sucede. Para comenzar, el viento que sopla en contra de la economía es particularmente fuerte. La caída en los precios del petróleo causa más de un temor, que se nota en la forma en que se analizan puntos como el desempleo. El salto en el precio del dólar también impacta el ánimo de las personas, que ven encarecerse los bienes importados, y son críticas con respecto a la inflación.
Por su parte, lo que pasa en el ámbito de Bogotá tampoco ayuda. Tres de cada cuatro habitantes de la capital opinan que el deterioro en la metrópoli sigue, lo cual iguala el récord pesimista de un año atrás. Ni siquiera en los tiempos oscuros del mandato de Samuel Moreno, el negativismo había llegado a un extremo tal como el registrado ahora. Teniendo en cuenta el peso del Distrito en la muestra y el hecho de que los medios de alcance nacional se elaboran o emiten desde la urbe, es posible afirmar que las circunstancias locales actúan como un lastre sobre lo demás.
A su vez, en días recientes han aparecido nuevos dolores de cabeza. Así pasa con la crisis en la frontera con Venezuela, que alcanzó a reflejarse en las respuestas. Más allá de que la encuesta no abarcó a quienes viven en inmediaciones de la línea limítrofe, la tensión es fuente de una mayor incertidumbre y contribuye con la impresión de que la senda que recorre Colombia no es la correcta.
Tales elementos afectan especialmente la imagen de Juan Manuel Santos. A pesar de que los números del mandatario subieron ligeramente, todavía, quienes desaprueban la labor que hace supera la proporción de aquellos que le apoyan en más de dos a uno. La impopularidad presidencial limita la capacidad de acción del Gobierno, sobre todo a la hora de impulsar reformas o pedir sacrificios.
Aun así, vale la pena insistir, los colombianos se sienten bien a título individual. Para los que saben de estos temas, la explicación radica en que no ha tenido lugar un deterioro del mercado laboral. Sin desconocer que ramas como la minería han salido muy golpeadas, y que más de un ingeniero de petróleos se encuentra cesante, la población ocupada sigue en aumento por cuenta de áreas como la construcción o el comercio.
De tal manera, mientras haya trabajo, por altas que sean las tasas de informalidad, todo lo demás pesa menos en la calificación. Tal apreciación concuerda con otros sondeos, y deja en claro que así el entorno se deteriore, lo que importa para la ciudadanía es la realidad de su círculo familiar, en la que es clave el ingreso de los hogares. Eso es lo hace que la gente considere que está bien, así opine que el país va mal.
Ricardo Ávila Pinto
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