DOMINGO, 10 DE DICIEMBRE DE 2023

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Ricardo Ávila

Un problema de confianza

Ricardo Ávila
Exdirector de Portafolio
POR:
Ricardo Ávila

En otras épocas, la primera visita a Colombia de un presidente venezolano en ejercicio era motivo de gran expectativa, no solo por los vínculos históricos que nos unen con el país vecino, sino por la voluminosa agenda de temas de interés mutuo que manejan las dos capitales. Pero ese no parece ser el caso ante la inminente llegada de Nicolás Maduro, quien mañana es esperado en Cartagena con el fin de sostener un encuentro bilateral con Juan Manuel Santos.

Es verdad que el actual inquilino del Palacio de Miraflores vino en el pasado en múltiples ocasiones, sobre todo cuando se desempeñó como Canciller de Hugo Chávez. No obstante, ahora que es el heredero de la Revolución Bolivariana, los contactos con su homólogo en la Casa de Nariño han sido escasos, con excepción de un encuentro al otro lado de la frontera y saludos ocasionales en cumbres internacionales, como la que tuvo lugar a mediados de julio en Brasil.

Más allá de la escasa frecuencia de las citas, salta a la vista que el diálogo no es muy fluido. Los puntos que Bogotá quisiera ver en la agenda no necesariamente coinciden con los de Caracas, así haya una relativa cordialidad cuando los mandatarios se ven. Aparte de declaraciones en las que abundan los lugares comunes, lo cierto es que el ánimo de trabajo mutuo es poco.

Y no se trata tan solo de la distancia en las posiciones políticas o ideológicas que puedan existir a un lado y otro de la frontera. Por ejemplo, con Ecuador hay discrepancias importantes, pero la comisión de vecindad funciona relativamente bien y los ministros de ambos Gobiernos se comprometen con acciones que en más de una ocasión llegan a feliz término.

En contraste, a Venezuela se le ve como el vecino incómodo con el cual es inevitable conversar para no pelear, sin que el uno se sienta muy a gusto con el otro. Y quienes saben de estos asuntos sostienen que de allá para acá el sentimiento es muy parecido, para no hablar de los elementos que contribuyen a la desconfianza, como la presencia de jefes de la guerrilla del otro lado de la línea limítrofe o la paranoica actitud de Caracas que no tiene problema en asegurar que hay quienes conspiran contra el Gobierno bolivariano desde aquí.

La situación se vuelve aún más compleja cuando se le agregan otras dificultades. El caso más fehaciente es el del contrabando de gasolina y productos de primera necesidad que nutren a las mafias situadas en las dos naciones. Los subsidios a bienes que se les venden a los consumidores venezolanos y la presencia de un gran diferencial cambiario cautivan a criminales que los traen a Colombia, siendo capaces de sobornar a las autoridades y, en ocasiones, imponer su ley a sangre y fuego.

Mientras esa realidad se presenta, los obstáculos para el intercambio siguen presentes. Entre enero y mayo, las exportaciones colombianas a Venezuela cayeron 10 por ciento, hasta 870 millones de dólares.

Si a eso se le agrega la perspectiva de dar por terminadas las compras de gas natural –que en el 2013 facturaron más de 200 millones de dólares–, el futuro dista de ser promisorio. La falta crónica de divisas y la demora en los pagos han llevado incluso a más de un empresario a olvidarse del mercado vecino, dado el elevado nivel de riesgo a la hora de cobrar las deudas pendientes.

En teoría, Santos y Maduro deberían aprovechar su charla en Cartagena para darle un giro a la relación binacional. Además de comprometerse con poner de su parte para subir las barreras a la llegada de productos de manera ilegal, Colombia podría insistir en que hay forma de reactivar el comercio formal, algo que ayudaría a disminuir los índices de escasez en Venezuela.

El problema es que para que algo así ocurra, la desconfianza mutua que sigue existiendo tendría que terminar. Y eso no parece fácil de lograr, por lo menos en las condiciones actuales.

Ricardo Ávila Pinto

ricavi@portafolio.co

Twitter: @ravilapinto


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