El anuncio de paro que hizo la Unión Sindical Obrera, y que cobijó a los trabajadores vinculados a la industria petrolera es el primer indicio de la llegada de una temporada de agitación social que puede ser más o menos difícil de enfrentar, dependiendo del nivel de seguimiento que el tema tenga.
Aunque las tormentas apenas se insinúan, un buen sistema de alertas tempranas debería permitirle al Ejecutivo reaccionar a tiempo para no volver a cometer los errores del pasado, cuando le salió muy costoso apagar incendios que descuidó inicialmente.
Las áreas que merecen atención inicial son las relacionadas con el fin de la bonanza en los precios de los bienes primarios que el país produce. El caso más evidente es el del petróleo, cuyo desplome ha obligado a Ecopetrol y otras empresas del sector a recortar sus presupuestos, para entrar en lo que se conoce como ‘modo defensivo’ y cuidar al máximo la caja disponible.
Lo que las firmas dedicadas a la extracción de hidrocarburos han hecho es privilegiar la explotación de los campos existentes y limitar la exploración. De manera paralela, las labores de mantenimiento se han disminuido y los pagos a los proveedores se han espaciado. Ahora, la austeridad es la norma.
Tales decisiones implican una menor generación de empleos, directos e indirectos. Ello quiere decir que las vacantes no se llenan o que, incluso, algunas operaciones tercerizadas han optado por no renovar los contratos a término fijo vencidos. Y la cosa no se detiene ahí. Para solo citar un caso, los hoteles en Puerto Gaitán (Meta) aseguran que han debido licenciar personal ante la caída en la demanda de alojamiento.
Las medidas caen mal en múltiples comunidades. Varios departamentos han sido testigos de protestas por parte de personas para quienes es una tragedia personal y familiar dejar de devengar sumas de más de un salario mínimo, con todas las prestaciones que exige la ley, para volver a desempeñarse en el campo o buscar opciones en el ‘rebusque’.
Ante esa situación, que responde a circunstancias externas, la USO busca pescar en río revuelto, a sabiendas de que no hay mucho que hacer. La destorcida en los hidrocarburos se siente en todas partes, comenzando por Estados Unidos, en donde los recortes de empleos pueden ser de cientos de miles de plazas. Por tal razón, pasar a las vías de hecho sería contraproducente, pues no solo agravaría el lío inmediato, sino que podría llevar a alejar inversiones futuras.
Como el temporal tiene trazas de empeorar, lo lógico es que el Ejecutivo tenga planes de contingencia que le permitan aminorar el descontento y dialogar con las comunidades más golpeadas. Sin embargo, dicen los que saben, que no hay nada preparado, lo que le da pie a la improvisación y a las respuestas descoordinadas.
Más vale que la administración haga la tarea. En el área de la minería hay otras fuentes de potenciales problemas. El carbón, sobre todo el que se saca en el altiplano cundiboyacence, Antioquia y los santanderes, también enfrenta épocas duras. Y en el caso del oro se nota igualmente el viento en contra.
Y los riesgos no terminan ahí. El café, que se benefició de los problemas que tuvieron hace un año los cultivadores de Brasil y Centroamérica, va en franco descenso. Con niveles de precio cercanos a los 1,3 dólares por libra, ni siquiera la fuerte devaluación del peso ha servido para evitar que la carga se pague a 630.000 pesos, muy por debajo de los 700.000 que en su momento sirvieron de piso para el programa de subsidios.
Por tal motivo, hay movimiento entre las dignidades que saldrán a pedir ayuda, con la diferencia de que esta vez la olla de los fondos públicos está raspada. Es clave, entonces, que el Gobierno le preste atención al tema, porque sin chequera a la mano, necesita estar listo para reaccionar. Y sería imperdonable que otra vez lo encuentren con la guardia abajo.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
Twitter: @ravilapinto