Hay dos maneras de mirar la noticia de ayer, con respecto a lo mal que les fue a los estudiantes colombianos en un módulo del Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes, más conocido como Pisa.
Según informó la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (Ocde) –el club de 34 naciones al cual aspiramos a ingresar–, ocupamos el último lugar entre 18 Estados o regiones que se sometieron al ejercicio y cuyos alumnos de 15 años de edad respondieron un examen sobre alfabetismo en asuntos financieros.
El test fue aplicado en el 2012 y nuestro puntaje promedio fue de 379. En comparación, la zona de Shanghái, en China, que alcanzó el primer puesto, logró una calificación de 603.
Como si eso fuera poco, quedamos a considerable distancia de los 500 puntos que corresponden a la media obtenida por todos los que respondieron o a los 466 conseguidos por Italia, la penúltima.
Ante semejante nota, lo más fácil es rasgarse las vestiduras y señalar que este descalabro vuelve a dejar de presente que tenemos un problema serio.
Al fin de cuentas, en las pruebas Pisa tradicionales, que se enfocan en tres áreas: matemáticas, ciencias y comprensión de lectura, tampoco nos fue bien. En el reporte más reciente quedamos de 61 entre 65 naciones evaluadas, perdiendo terreno frente al ejercicio del 2009.
Debido a ello, lo más previsible es que arrecie la oleada de críticas en contra del Gobierno o la petición de que rueden cabezas, teniendo en cuenta la distancia que nos separa de sociedades más desarrolladas.
Bajo ese punto de vista, estamos dando marcha atrás en un tema fundamental para nuestras posibilidades de progreso.
Otros dirán que se vuelve a comprobar la pésima calidad de la educación y señalarán que, en este caso concreto, más de la mitad de nuestros jóvenes evaluados quedaron en el grupo con el peor nivel de todos, mientras que apenas el 0,7 por ciento se ubicaron en el quintil más alto.
En comparación, para los integrantes de la Ocde que participaron esos guarismos fueron del 15,3 y 9,7 por ciento, respectivamente. Dicho de otra manera, estamos mucho peor que los peores y apenas tenemos representación entre los mejores.
No obstante, hay que evitar que el escándalo que se haga lleve a ignorar lo que se está haciendo para corregir la situación.
En concreto, sería irresponsable echar por la borda los esfuerzos que se vienen adelantando en materia de formación docente o de impulsar nuevos planes.
En lo que hace al punto específico de la educación financiera, a comienzos de este mes fue presentada una cartilla de orientaciones pedagógicas con el fin de llenar el vacío que hoy existe.
El programa es el resultado de un trabajo conjunto del Ministerio de Educación y Asobancaria y consta de una fase piloto que empezará a ponerse en práctica en el presente semestre y que incluye capacitar a 600 maestros, entrega de materiales didácticos a 120 establecimientos de enseñanza y transferencia de conocimientos a 26 secretarías de educación en cinco regiones, con el propósito de llegarles a 30.000 estudiantes.
Esta primera fase es la antesala para llegar a una cobertura plena en la primaria en el 2015 y en la secundaria en el 2016.
Por tal motivo, y sin dejar de lamentar nuestras falencias, hay que celebrar las acciones en marcha que eventualmente se reflejarán en las pruebas Pisa.
Ese ejemplo debería servir de acicate para que la promesa de campaña de Juan Manuel Santos, en el sentido de mejorar la calidad de la educación, se vuelva realidad más temprano que tarde.
No se trata, claro, de hacer borrón y cuenta nueva, sino de construir sobre lo ya edificado, para que a la vuelta de unos años podamos avanzar en las comparaciones internacionales y –más importante aún– construir un sistema más igualitario en el que todos los niños y jóvenes, sin consideración de estrato o región, aprendan mucho más que ahora.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
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