Como bien lo informó el Dane hace un par de días, las ventas externas del país ascendieron a 60.666 millones de dólares, suma que constituye todo un récord histórico. Además, dicho guarismo quintuplica el registrado a comienzos del siglo, por lo cual se podría argumentar que la internacionalización del país avanza a muy buen ritmo.
Sin embargo, una mirada detallada a las cifras muestra que no todo es positivo. En primer lugar, como proporción del Producto Interno Bruto, el peso de lo facturado es equivalente al de 1990, es decir, algo menos del 20 por ciento, según cálculos de Anif.
Bajo esa óptica, no se puede decir que las cosas sean muy diferentes a las de hace dos décadas, antes de que comenzara la apertura económica. Por otra parte, se ha venido dando una evidente concentración en la canasta exportadora, en favor de productos de la minería.
Así, algo más de dos terceras partes del total corresponden a petróleo y carbón, mientras que 5 por ciento adicional está representado por el oro. Al tiempo que eso ocurre, los otros dos grandes frentes se mantienen en una situación de relativo estancamiento.
De un lado, el capítulo de bienes agropecuarios, alimentos y bebidas tuvo una contracción del 6 por ciento, debido al mal desempeño del café, entre otras razones. Del otro, las manufacturas tuvieron un leve repunte del 5 por ciento, pero el acumulado es inferior al de años pasados. En otras palabras, el mensaje es que la dinámica de los rubros importantes dista de ser la misma e incluso se puede hablar de cierto estancamiento en aquellas actividades intensivas en valor agregado.
Si bien las comparaciones son odiosas, los casos de Perú o Chile revelan realidades diferentes, aun en medio de un comportamiento mediocre del comercio global. Una mirada a los datos desde otro ángulo también causa inquietud. En particular, salta a la vista que el efecto de varios de los tratados de libre comercio firmados no se siente aún.
Un caso típico es el de Estados Unidos, un destino que compró el año pasado prácticamente lo mismo que en el 2011. En contraste, los mercados más dinámicos fueron China, España, Panamá, India y Hong Kong, en donde no hay –por lo menos todavía– preferencias. Mención aparte merece Venezuela, un destino que compró 54 por ciento más de bienes nacionales, para un total de 2.691 millones de dólares. En esa mejora fue determinante el capítulo de animales vivos, una vez el régimen bolivariano permitió la entrada de ganado.
Pero tampoco son despreciables las ventas de gas natural o la reexportación de aviones, que pesan en los resultados. No obstante, la reciente devaluación del bolívar abre interrogantes sobre qué tan posible es sostener el ritmo, así el clima entre Bogotá y Caracas se haya distendido.
Todo lo anterior deja en claro que no hay que dormirse en los laureles que implican el haber alcanzado una nueva marca. Hasta que no se pueda hablar de una mayor diversificación, tanto en rubros individuales como en destinos, la tarea seguirá pendiente. Sin embargo, una vez expresado el propósito de ampliar el abanico, la pregunta es cómo hacerlo.
En respuesta, hay quienes insisten en que ver una transformación fundamental tomará tiempo, por lo menos si las condiciones actuales de la tasa de cambio se mantienen y los esfuerzos en pro de una mayor competitividad se demoran.
Como si eso fuera poco, es probable que la fortaleza del sector minero-energético sea menor por cuenta de una producción que crece a tasas bajas y ante una caída en las cotizaciones, sobre todo en el caso del carbón.
Debido a ello, es muy probable que la marca establecida en el 2012 dure un buen tiempo, por lo menos hasta que surjan otros capítulos que les den un nuevo empujón a las exportaciones.
RICARDO ÁVILA PINTO
RICAVI@PORTAFOLIO.CO