La primera confirmación oficial de que algo iba a pasar con relativa prontitud en este frente la dio Nicolás Maduro a finales de enero. Pero la verdad es que la realidad se había encargado de convencer a propios y extraños de que en Venezuela se venía una devaluación del bolívar fuerte, tal como se desprende de lo dicho ayer en Caracas por el ministro de Economía, Finanzas y Banca Pública, Rodolfo Marco Torres.
A primera vista, las cosas no van a variar mucho. Según el Gobierno, un 70 por ciento de las necesidades de importación, que corresponden a alimentos y medicinas, todavía se liquidarían a 6,3 por dólar. La otra parte entraría bajo el sistema Sicad, que ahora se unifica y comenzaría en 12 por dólar. Además, hay una novedad que consiste en la creación del Simadi, para operaciones con títulos valores y efectivo cuyo nivel se acercaría al que existe en el mercado paralelo. El economista Asdrúbal Oliveros le dijo al diario El Nacional que en este acápite la moneda vecina oscilaría entre 125 y 145 bolívares por dólar.
El problema es garantizar que habrá una oferta suficiente y adecuada en las dos primeras categorías, si se quiere evitar la escasez de productos de primera necesidad que afecta a la población. Como ese no parece ser el caso en un país que ha visto descolgarse el valor del petróleo a límites inferiores a los 50 dólares el barril, es muy posible que exista un desplazamiento hacia la tercera, por lo menos para quienes quieran traer bienes que no estén sometidos al control de precios.
En consecuencia, todo apunta hacia distorsiones aún mayores a las que se ven actualmente en la nación vecina. Para comenzar, habrá artículos muy baratos, pero no en abundancia, algo que estimulará el acaparamiento y el contrabando hacia Colombia. En el otro extremo, habrá unos en términos prohibitivos, pues serán adquiridos con una tasa de cambio al menos 20 veces más cara.
Esa circunstancia probablemente acelerará la inflación, que es una de las más altas del mundo. Hace un par de días, la firma calificadora de riesgo Standard & Poor’s afirmó que el incremento en el valor de la canasta familiar en el 2015 llegaría al 115 por ciento.
El propósito de los funcionarios venezolanos es que, mientras los ajustes tienen lugar, se acelere un proceso de sustitución de importaciones que permita que la producción nacional llene, en parte, los faltantes. Pero que algo así suceda es poco factible, no solo porque muchas firmas no cuentan con las materias primas que necesitan, sino porque la hostilidad hacia el sector empresarial va en aumento, como lo demuestra la reciente detención de los directivos de la cadena Farmatodo. Si se trata de crear estímulos a la inversión privada, la administración bolivariana está enviando las señales equivocadas.
Todo lo anterior lleva a la conclusión de que las cosas en Venezuela siguen con tendencia al empeoramiento. Si bien liberar una parte del mercado cambiario va a servir para que salga algo de vapor de la olla de presión, los desequilibrios que persisten son tan profundos que no hay muchas esperanzas de una mejoría, y sí existen muchos peligros.
Y aunque Maduro va a tratar de ganar tiempo, con miras a las elecciones legislativas de finales del 2015, es difícil que pueda sostener una estantería que amenaza con desplomarse. Aparte del abastecimiento de productos, tiene que cumplir con la promesa reiterada ayer de honrar sus compromisos crediticios internacionales, algo que será casi imposible de mantenerse la realidad actual.
Así las cosas, la economía venezolana permanecerá a la espera de la cirugía de fondo que necesita para salir adelante. No obstante, el costo político sería tan elevado, que el chavismo sabe que cualquier regreso a la ortodoxia podría costarle el poder. Por eso tratará de trancar la hemorragia con ‘curitas’, mientras el enfermo se sigue desangrando.
Ricardo Ávila Pinto
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