Como si los venezolanos no tuvieran suficiente con la escasez, la inseguridad, la inflación, la recesión económica y la polarización política, un nuevo elemento ha contribuido a alimentar la sensación de que las cosas en el país vecino se siguen desmoronando. Se trata de la decisión de una serie de aerolíneas de recortar sus operaciones internacionales hacia y desde el aeropuerto de Maiquetía que sirve a Caracas, ante la falta de pago de una deuda de 4.000 millones de dólares.
En los últimos días, Alitalia anunció que a partir del 2 de junio no volará más al mencionado destino, sumándose a la determinación que Air Canada adoptó en el mismo sentido a mediados de marzo. La otras que permanecen han decidido, en su mayoría, dejar de vender pasajes en Venezuela, mientras que en general se nota una gran disminución de frecuencias. Avianca mantiene una presencia reducida, mientras que Copa informó que a partir del segundo semestre bajará su oferta de sillas en 40 por ciento. Según los reportes disponibles, 11 de las 24 compañías que prestan el servicio aéreo al otro lado de la frontera ya adoptaron restricciones.
En respuesta, el Gobierno parece no inmutarse. Ayer el vicepresidente de Nicolás Maduro para el área económica, Rafael Ramírez, sostuvo que lo que hay es una desviación temporal de rutas ocasionadas por el Mundial de Fútbol en Brasil. Otros han señalado que si se tiene en cuenta que apenas una fracción de la población tiene la posibilidad de adquirir un tiquete internacional, los tropiezos que ahora se viven no tienen mucha importancia.
No obstante, lo sucedido es un síntoma más de un sistema que hace implosión por la falta crónica de divisas. Los analistas calculan que las obligaciones con el sector privado ascienden a 14.000 millones de dólares, con una buena porción que tiene más de un año de vencidas.
Si bien se han intentado diversos sistemas para normalizar la liquidez, el monto aprobado en el primer trimestre deja en claro que no hay plata. En ese periodo fueron adjudicados 4.032 millones de dólares para importaciones de bienes y servicios, además de pago de remesas, que representan una caída del 39 por ciento frente a las cifras equivalentes del 2012 (para el año pasado no hay estadísticas).
Mientras eso sucede, las autoridades hacen todo tipo de malabares para conseguir divisas. Hace poco, la petrolera estatal PDVSA hizo otra emisión de bonos por 5.000 millones de dólares, de los cuales la mayoría se usará para adquirir alimentos en el exterior, según la prensa. Considerada en su momento una empresa sólida, ahora la deuda de la entidad, registrada en el banco central, llega a 75.400 millones de dólares, más del triple que en el 2013.
Y no hay señales que permitan tener un mínimo de optimismo. Las cotizaciones del petróleo van en cerca de los 100 dólares por barril, con tendencia a la baja. Más allá de que las reservas de crudo sean las más grandes del mundo, los planes de desarrollo de nuevas franjas aún no se concretan en mayores exportaciones de hidrocarburos. Adicionalmente, la inversión en otros campos está prácticamente paralizada, pues la señales que da el Gobierno no son muy amistosas.
Para completar el enredo, desmontar el sistema de tasas de cambio múltiples –que van desde 6,3 hasta 50 bolívares por dólar– tendría tales implicaciones en la población, que el Ejecutivo se encuentra maniatado. Con un alza en los precios superior al 61 por ciento anual al cierre de abril, el espacio es bien reducido.
Todo lo anterior forma parte de una olla a presión que cada vez tiene menos válvulas de escape. Y a diferencia de lo que ha hecho con sus opositores a los que ha reprimido mientras invita a dialogar, en este caso Maduro tiene muy poco margen de maniobra, con lo cual es posible afirmar que la economía es la que dirige la Revolución Bolivariana hacia un aterrizaje forzoso.
Ricardo Ávila Pinto
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