No es la primera en vez en la historia reciente del país que el precio del dólar aparece como tema obligado de conversación, ya sea en charlas de negocios o reuniones sociales. Desde planes de vacaciones en el exterior hasta decisiones de compra de insumos o maquinaria, pasando por la adquisición de bienes de fabricados en otras latitudes, se ven afectados por el nivel del billete verde.
Las cábalas sobre lo que puede suceder en el futuro cercano, abundan. Otra vez aparecen los gurúes que pronostican que la tasa de cambio puede superar con facilidad la barrera de los 3.500 pesos o incluso de las 4.000 unidades. Como es usual en estos casos, no falta quien sale a comprar divisas para curarse en salud, una situación que se nota en los valores de compra y venta del dólar callejero.
En contraste, los conocedores del asunto recomiendan reaccionar con cabeza fría y mirar los datos disponibles. Lo que estos muestran es que ha tenido lugar una corrección importante, pues en comparación con las cifras de un año atrás la moneda nacional acumula una depreciación superior al 15 por ciento frente a la estadounidense. En lo que va del 2019, el avance es más moderado, inferior al 3 por ciento.
Aun así, es evidente que en mayo tuvo lugar una aceleración importante. Cuando se mira el contexto salta a la vista que, en mayor o menor grado, todas las especies latinoamericanas han pedido terreno este mes, siendo el peso colombiano el más golpeado.
La explicación de lo ocurrido parte de un contexto internacional más complejo. El enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China pasó de las amenazas a las sanciones efectivas y trasciende el intercambio de productos, como lo muestran los castigos dirigidos a Huawei, el gigante de las telecomunicaciones.
Ante el deterioro del clima, es usual que los administradores de portafolios cuantiosos busquen refugio en los activos más seguros. En términos prácticos, los inversionistas sacan su dinero de las economías emergentes y compran bonos de países desarrollados o el equivalente de seguros contra la incertidumbre, como pasa con el oro.
El nerviosismo es de tal nivel, que en el caso de Colombia ni siquiera el incremento en el precio del petróleo contuvo la avalancha. Tampoco es la primera vez en la historia que la correlación inversa entre el valor del barril de crudo y la devaluación del peso deja de operar, pues en el 2006 sucedió algo similar.
Además, los analistas señalan que han aparecido vulnerabilidades que no estaban en el horizonte unos meses atrás. Por ejemplo, el saldo en la cuenta corriente de la balanza de pagos muestra un déficit que llegaría al equivalente del 4,3 por ciento del Producto Interno Bruto este año, una brecha que ocasiona más de un ceño fruncido, pues está por encima del límite de lo razonable.
No obstante, la situación es manejable y nada hace pensar en una crisis. De un lado, los flujos de inversión extranjera se mantienen, al igual que el acceso al crédito. Del otro, aun si la deuda privada y pública en divisas supera los 100.000 millones de dólares, lo que los especialistas conocen como ‘descalces’ cambiarios están acotados y controlados. Puesto de otra forma, quien tomó préstamos afuera supo protegerse.
Para que no vengan sobresaltos mayores, el principal requisito es que las autoridades mantengan la casa en orden, especialmente las cuentas fiscales. Al fin y al cabo, el patrimonio más importante es la credibilidad de la política económica, construida a lo largo de décadas.
Mientras esta se conserve, es dudoso que la devaluación se dispare. Decisiones como la del Fondo Monetario ayer, que le renovó al país una línea de crédito flexible que podría ser usada en caso de emergencias, deberían tranquilizar a los que creen que el dólar va camino a la estratosfera.