Cuando a finales del siglo pasado los países que integran las Naciones Unidas se comprometieron con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, no faltaron las expresiones escépticas. A fin de cuentas, de un plumazo y en la alborada del siglo XXI, los diferentes países aceptaron metas específicas y ambiciosas en ocho temas concretos.
En contra de esas apuestas iniciales, buena parte de los propósitos establecidos se cumplieron. La razón principal es que el mundo experimentó una época de prosperidad como pocas se han visto en la historia de la humanidad. Gracias a esa circunstancia, se consiguieron reducciones sin precedentes en las tasas de pobreza y una mejora general en la calidad de vida.
Colombia no fue la excepción en esa materia. Aunque no cumplió con todo lo establecido, el promedio llegó al 87 por ciento, de acuerdo con Planeación Nacional. De 50 indicadores, en 33 se logró al menos el 92 por ciento del propósito definido y en ocho adicionales esa proporción superó el 80 por ciento. Para citar casos concretos, la pobreza extrema se ubicó por debajo del objetivo, pero en lo que hace a empleo informal quedamos por encima. En cuanto a educación primaria, alcanzamos la cobertura universal, aunque el analfabetismo en ciertos grupos de edad no disminuyó.
Más allá de entrar a analizar qué se logró y qué no, el punto es que fue posible concretar mejoras importantes. Quizás por ello, Colombia abrazó con entusiasmo un segundo ejercicio desarrollado al interior de la ONU y que fija un nuevo rango de intenciones, con corte en el 2030. Ese nuevo convenio se conoce como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), cuyo ámbito es más amplio.
Si bien el proceso viene desde el 2013, ya va siendo hora de trazar la senda para conseguir lo acordado. Por tal motivo, vale la pena destacar el documento que aprobó el Conpes el viernes pasado, que establece una estrategia de aquí a finales de la próxima década. Más allá de establecer hitos cuantificables en 16 de las 17 áreas de acción definidas, hay que destacar el esfuerzo de regionalizar los ODS, sobre todo en un país en el cual las disparidades son enormes a nivel territorial.
Lo sucedido es clave porque aquí no se trata de mirar con la lente de cuatro de años del periodo de Gobierno, sino de construir el camino para que sucesivas administraciones lo transiten. Por lo menos tres deberán compartir los méritos si Colombia vuelve a alcanzar una buena nota o enfrentar un juicio de responsabilidades si nos va mal.
Dado que es imposible adelantarse al futuro, vale la pena examinar algunas de las metas nuevas. En lo que hace a la pobreza multidimensional, el compromiso es reducirla al 8,4 por ciento en el 2030, menos de la mitad del guarismo actual; la mortalidad materna debería pasar de 51 a 32 por cada 100.000 nacidos vivos; la cobertura en educación superior pasaría de 57 a 80 por ciento de los jóvenes salidos de secundaria, y el coeficiente de gini -que sirve para medir la desigualda-, de 0,52 a 0,48, en el mismo lapso de tiempo.
Vale la pena insistir en que aquí el examen será más profundo. En total hay 156 indicadores que serán los encargados de dar el veredicto dentro de 12 años y que son plenamente cuantificables. Conseguir avances en cada uno deberá formar parte de los programas gubernamentales tanto a nivel nacional, como departamental y local.
Por tal razón, hay que mirar más allá de la época electoral y entender que los verdaderos logros no se consiguen en un cuatrienio, sino que son el resultado de una buena ejecución de las políticas a lo largo del tiempo. Ninguno de los objetivos en cuestión tiene un color partidista, sino que está enfocado al bienestar del colombiano promedio. Ahora de lo que se trata es de hacer la tarea a sabiendas de que esta será una sociedad mejor si los ODM pasan del papel a la realidad.