Hay dos maneras de mirar la realidad de la Alianza del Pacífico, cuya cumbre presidencial número doce reunirá, a partir de hoy, en Cali, no solo a los presidentes de los cuatro países que pertenecen al bloque, sino a cerca de 1.500 invitados, entre personas vinculadas al sector privado, observadores de 52 naciones, representantes de entidades multilaterales y periodistas. De un lado, se puede hablar de la multitudinaria asistencia a una cita que cada vez atrae más gente. Del otro, de la falta de resultados, por lo menos si se comparan con las expectativas iniciales.
Ambas aproximaciones tienen algo de verdad. Para comenzar, no hay duda de que el grupo que forman México, Chile, Perú y Colombia es mirado con una mezcla de admiración y respeto en múltiples latitudes. A fin de cuentas, vista de manera conjunta, la asociación equivale a la octava economía más grande del mundo, además de reunir a 225 millones de personas con un ingreso promedio de 16.756 dólares anuales, si se toman como los datos del 2015.
Más llamativa quizás es la manera pragmática de aproximarse a los temas que forman parte de la agenda, la cual consiste en construir sobre lo ya edificado y no enredarse con pesadas estructuras burocráticas. En cambio de discursos grandilocuentes, lo que más se ve es la presencia del sentido común, con una coordinación que rota de país a país, y en la cual ciertas decisiones se toman rápido.
Un ejemplo típico es el Protocolo Comercial de febrero del 2014, que entró en vigencia hace algo más de un año. Con relativa rapidez, y pese a las quejas de los grupos de interés locales, se decidió liberar, de manera inmediata, el 92 por ciento de las posiciones arancelarias, quedando el resto en una ruta de desgravación gradual.
Otro fue el manejo de las solicitudes de un buen número de países de la región que querían sumarse al esquema. Para no complicar algo que ha funcionado bien, se aprobó la figura de los Estados Asociados, lo cuales recibirán todos los beneficios de los miembros actuales, sin que el riesgo sea que pongan palos en la rueda. De tal manera, Argentina o Brasil verán una puerta abierta que bien aprovechada debería dar pie a nuevas oportunidades de integración.
Sin embargo, para que eso suceda, son necesarios más resultados tangibles. Quienes saben de estos asuntos no esconden su desilusión al hablar de la falta de dinámica en materia de comercio exterior. Por ejemplo, las exportaciones colombianas al resto de la Alianza cayeron a 2.658 millones de dólares en el 2016, 1.900 millones menos que en el 2012.
Explicaciones hay siempre. La crisis en los precios de las materias primas también se nota en las cuentas del intercambio, pero el salto que esperaban los más optimistas todavía no se observa. Es verdad que en temas de turismo o inversión directa el balance es mucho más alentador, pero la gran expectativa que despertó la unión de las bolsas de valores nada que se concreta.
A este respecto los analistas señalan que una vez tomadas las determinaciones más sencillas, ahora viene una etapa más compleja que obliga a armonizar normas o permisos, algo que toca, incluso, los aspectos tributarios. Puesto de otra manera, el comercio no despegará si las barreras paraarancelarias no se desmontan, o los capitales no se moverán con libertad si los fondos de pensiones no reciben las mismas garantías de un inversionista local.
Así las cosas, vale la pena estudiar la posibilidad de una secretaría técnica permanente, evitando los peligros de darle vida a una burocracia supranacional que nadie desea. Un cuerpo pequeño de expertos, apoyado por los bancos multilaterales, serviría para mantener la memoria institucional y hacerle seguimiento a las decisiones presidenciales. La opción escogida puede ser otra, pero lo que no le puede suceder a la Alianza del Pacífico es que de la inmensa expectativa se pase a la gran desilusión.
Editorial
Dos verdades, un bloque
Junto a logros que son imposibles de negar, la Alianza del Pacífico todavía no cumple con las expectativas
de un comienzo.
POR:
Ricardo Ávila
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