Falta un año para que Juan Manuel Santos le diga adiós formalmente al Congreso, poco antes de que entregue la banda presidencial, el 7 de agosto del 2018. Sin embargo, es indudable que el mandatario ya comenzó a despedirse, como quedó en evidencia durante el discurso que pronunció ayer en el Capitolio, con ocasión del 20 de julio y la instalación del periodo de sesiones ordinarias de esa corporación.
De un lado, el actual inquilino de la Casa de Nariño quería reconocer el respaldo de los parlamentarios que, mal que bien, lo apoyaron de manera mayoritaria en el pasado reciente, parte de los cuales no volverá tras las elecciones legislativas de marzo. Del otro, fue clara la insistencia en defender un legado que –según se afirmó en forma repetida– no es patrimonio de un Gobierno que tiene el sol a la espalda, sino de todos los colombianos.
Esa herencia está constituida sobre todo por el desarme de las Farc y su transformación en grupo político. No hay duda de que al Ejecutivo le inquietan las afirmaciones provenientes de los dirigentes de la derecha, en el sentido de modificar e incluso desconocer los acuerdos redactados en La Habana. De ahí que más allá del blindaje jurídico que tendría lo pactado, la meta es apartar el tema del debate político, algo que así sea deseable, no parece posible a la luz de la realidad actual.
Cábalas aparte, Santos dedicó su intervención a hablar de los problemas que están en la lista de preocupaciones de la ciudadanía, comenzando por la seguridad en las zonas rurales y los centros urbanos. También se refirió al aumento en el área sembrada con cultivos de coca, ante lo cual reiteró el compromiso de su administración de erradicar 100.000 hectáreas este año, la mitad de forma voluntaria y lo demás de manera forzosa.
Los logros de los últimos tiempos ocuparon, así mismo, un espacio destacado en las palabras de Santos. La expresión de que “Colombia cambió para bien” es, posiblemente, una manera de confrontar el talante pesimista de una opinión que, de acuerdo con las encuestas, considera por un amplio margen que las cosas en el país van por mal camino.
En tal sentido, el jefe de Estado subrayó que la población ocupada ha crecido en tamaño, que la informalidad disminuye y que la pobreza se ha reducido. Los progresos en salud, educación, vivienda y acceso a las tecnologías de la información fueron destacados, siempre con la afirmación de que falta mucho para llegar a la meta ideal, pero que vamos por el camino correcto.
Los avances identificados acabaron siendo un preámbulo para hablar de la desaceleración de la economía. Con algo menos de triunfalismo que en otras ocasiones el Presidente dijo que durante el presente semestre debería darse un importante repunte y que en áreas como la inflación, las exportaciones y el turismo se han conseguido avances significativos. Una mención especial recibió la infraestructura, en la que están colocadas buena parte de las esperanzas de reactivación.
No obstante, tampoco hubo un reconocimiento de las dificultades en diferentes áreas, como la industria, o la confianza de los consumidores y, mucho menos, una labor de autocrítica, algo que a lo largo de la administración ha brillado por su ausencia. En lo que atañe a erradicar problemas, lo destacable fue la promesa de presentar iniciativas para atacar la corrupción, que eliminaría beneficios de los que disfrutan los delincuentes de cuello blanco.
El mensaje final se concentró en hacer votos para que termine la polarización, un propósito en el que salió a relucir el nombre del papa Francisco, quien está a menos de dos meses de pisar el territorio nacional. Habrá que ver si el vicario de Roma consigue que el antagonismo extremo, que se ha vuelto evidente en la sociedad colombiana, desaparezca. Ello permitiría afirmar que el mensaje presidencial se escuchó de manera inequívoca, más allá de las paredes del Capitolio.
Editorial
Casi una despedida
Al instalar el periodo de sesiones del Congreso, el Presidente habló más de su legado que de los retos
que aún enfrenta”.
POR:
Ricardo Ávila
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