A comienzos de noviembre, a la par que los estadounidenses votaban en las elecciones legislativas, los ciudadanos de Michigan dieron el sí a la marihuana recreacional. A la fecha, son diez los estados de la unión (además de Washington D.C.) los que permiten el consumo de la hierba. En Utah y Misuri, por su parte, los sufragantes le dieron luz verde al cannabis con fines medicinales, aceptado ahora en 32 estados.
Lo ocurrido en el país del norte, forma parte de una tendencia mundial. Ya son 15 naciones las que permiten –en mayor o menor medida– el uso abierto de la planta o de sus derivados con distintos propósitos.
Según un reporte que realiza la firma de investigación Acview, en conjunto con BDS Analytics, el tamaño del negocio legal llegó el año pasado a 9.500 millones de dólares. Las proyecciones apuntan a que en el 2018 la cifra suba a 12.900 millones de dólares, mientras que para el 2022 alcanzaría los 32.000 millones.
En cuanto a empleo, el informe dice que la industria del cannabis generó en Estados Unidos 170.000 puestos directos e indirectos en el 2017 y pronostica que la cifra casi se triplicará en cuatro años. El crecimiento tiene que ver, justamente, con la ampliación de la frontera de la legalidad, algo que ya se nota en el terreno de los negocios.
En octubre pasado, por ejemplo, Constellation Brands, el fabricante de la conocida cerveza Corona y de varios licores, invirtió 4.000 millones de dólares en la productora canadiense de marihuana Canopy Growth. Coca-Cola y PepsiCo han señalado que no descartan incursionar en este mercado, y todo apunta a que la lista de interesados es amplia, pues es importante llegar al comienzo.
Mientras eso sucede en otras latitudes, en Colombia están pasando cosas. A mediados del 2016, la administración Santos expidió los decretos con los que se reglamenta el cultivo del cannabis con fines medicinales e investigativos. Hoy, hay más de 210 licencias concedidas, aunque a decir verdad solo un puñado de firmas se encuentra cerca de llegar a la meta. De hecho, Medcann es la primera compañía en haber recibido el aval del ICA con respecto a cinco variedades, lo que le permitiría iniciar exportaciones a mediados del próximo año.
Que estamos más adelantados que otros, es claro. A principio del 2018 la Junta Internacional para la Fiscalización de Estupefacientes adscrita a la ONU otorgó a Colombia un cupo de 40,5 toneladas para sembrar legalmente la planta, lo que equivale al 44 por ciento del total global autorizado.
El potencial es inmenso. Todavía como rector de la Universidad del Rosario, el actual ministro de Comercio, José Manuel Restrepo, presentó un estudio que indicaba que Colombia podría tener en el corto plazo una tajada de mercado del 10 por ciento de las exportaciones mundiales de la planta, lo que podría impactar de manera positiva el PIB entre 0,2 y 0,5 por ciento.
Sin embargo, hay un debate pendiente. Este tiene que ver con la posibilidad de convertirnos en un jugador importante en el campo de la marihuana recreativa. Aunque no faltará quien diga que abrirle la puerta al cultivo iría en contravía de medidas recientes como el decreto que prohíbe la dosis mínima, cerrarle la puerta a esta posibilidad de generar divisas y empleo en una actividad que sería supervisada, sería un enorme error.
Lo otro es hacerse los de la vista gorda ante el auge que se observa en ciertas zonas del país y que acaba siendo aprovechado por las mafias del narcotráfico. Y aunque lo lógico sería entender que la legalización es el camino indicado para acabar con el crimen asociado a la marihuana, mientras llega ese día hay que aceptar que Colombia tiene todo el potencial para ser un gran jugador en esta naciente industria. Negarse a aprovechar la oportunidad es cerrarle la puerta a una opción de progreso.