En contra de lo que mostraban las encuestas que pronosticaban un cabeza a cabeza, Sebastián Piñera ganó por un cómodo margen la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Chile. Los nueve puntos porcentuales que le sacó a Alejandro Guillier, su contendor el domingo, son suficientes para que el magnate que repite mandato hable de claro apoyo popular.
La reacción de los mercados no se hizo esperar. Los precios de las acciones en la bolsa de Santiago repuntaron, mientras los empresarios no ahorraron adjetivos para saludar la llegada de un gobierno cuya afinidad con el sector privado no se pone en duda. Los más escépticos señalaron que las cosas en materia legislativa no se ven tan fáciles y que la agitación social seguirá, pero pocos se atreven a empañar la celebración.
Lo sucedido en tierras australes fue suficiente para que los analistas internacionales dijeran que el péndulo político en América Latina se mueve otra vez hacia la derecha.
Justo cuando la región se apresta a una intensa temporada electoral, la opinión generalizada es que el populismo de izquierda está en retirada, a menos que sus promotores atropellen las normas para perpetuarse en el poder, tal como intenta hacer Nicolás Maduro en Venezuela o Evo Morales en Bolivia.
Una visión un poco más áspera es la que promulgan aquellos que ven un claro nexo con la situación económica. Según esta visión, el problema no es tanto de ideología, sino de presupuesto. Y dado que esta parte del mundo atraviesa por un periodo de ‘vacas flacas’ como consecuencia de la caída en las cotizaciones de los bienes primarios que exporta, la reacción de los ciudadanos es la de castigar a aquellos a los que se les fue la bonanza de las manos.
No es la primera vez que algo así sucede en nuestra historia. Por ejemplo, hay académicos que atribuyen el fracaso de un buen número de ensayos democráticos en los años treinta del siglo pasado a la Gran Depresión, cuyo coletazo se sintió por estas latitudes. A su vez, la crisis de la deuda que comenzó en 1982 cuando México declaró que no podía cumplir con sus obligaciones y que ocasionó la llamada ‘década perdida’, incidió también en el fin de dictaduras como las de Argentina o Brasil.
En consecuencia, es difícil hablar de una tendencia regional, pues lo que pesa realmente es el comportamiento de una opinión que se siente engañada por la dirigencia de turno y no duda en culpar al partido que gobierna, del deterioro de la situación. Tal como sucedió en Europa en los últimos años, la renovación sucede porque unos no pudieron cumplir y se espera que otros lo hagan.
Dicho lo anterior, como el palo no está para cucharas y la austeridad es la norma desde el sur del río Grande hasta la Patagonia, la gente desconfía de aquel que promete regalar el dinero público. La irresponsabilidad del chavismo y el deterioro de la calidad de vida del venezolano promedio, hacen que nadie en sus cabales busque votos con la promesa de que quiere que su país se parezca al fiel régimen bolivariano.
Hay otros elementos en la ecuación. El hastío con la corrupción es uno de ellos, como también el nacionalismo que tiene a Andrés Manuel López Obrador liderando los sondeos en México, porque muchos creen que va a poner en su sitio a Donald Trump.
Los planteamientos anotados son válidos igualmente en Colombia. Para comenzar, hay un rechazo a la continuidad, dada la impopularidad de la administración que se va. Parte del electorado aspira a soluciones mágicas, pero la mayoría quiere un ejecutivo que cumpla con las exigencias de combatir el crimen y promover la creación de empleo,
mientras los asuntos públicos se manejan con probidad. Quien logre convencer a la mayoría de que puede gobernar así, ganará en el 2018. Lo del sello ideológico importa menos de lo que parece.