Si fuera necesario elegir cuál ha sido la noticia más trascendental en materia económica para Colombia desde cuando arrancó el 2019, hay una que, sin duda, estaría entre de las finalistas. Se trata de la reactivación en la exploración de petróleo y gas en la zona del mar Caribe, como se deriva de cinco contratos suscritos por la Agencia Nacional de Hidrocarburos con varias firmas de primer orden, que involucran inversiones del orden de los 1.600 millones de dólares.
Así termina una sequía que duró cuatro años, durante los cuales múltiples iniciativas se quedaron en el congelador. La razón de que las cosas hayan vuelto a funcionar es que el Gobierno aceptó hacerle ajustes al modelo de contrato, en desarrollo de inquietudes planteadas por las compañías del ramo desde hace tiempo.
Las variaciones incluyen la escogencia de la sede de un eventual tribunal de arbitramento, en caso de que se presenten controversias; un porcentaje de participación mínimo para la Nación si llega el momento de una prórroga, y una cláusula social que recoge una sentencia al respecto, emitida por la Corte Constitucional. A esto se agrega una flexibilización de los programas exploratorios, que cae bien en las actuales circunstancias.
La lista de empresas involucradas es una especie de quién es quién de la actividad. Entre las multinacionales se encuentran nombres tan conocidos como la española Repsol, la angloholandesa Shell y las estadounidenses ExxonMobil y Anadarko, que debería suscribir cuatro contratos adicionales en los días que vienen. Ecopetrol está involucrado con dos áreas, una en las cuales operará directamente y otra en la que no será el operador.
Los observadores también tomaron nota de la llegada de Noble Energy, que tiene sede en Houston y cuenta con una valiosa experiencia en zonas que están bajo la superficie del mar. El mensaje subyacente es que el país otra vez vuelve a ser un lugar atractivo para quienes quieren hacer apuestas importantes, después de que habíamos caído en relativa desventaja frente a otros lugares.
En números gruesos, los nuevos bloques cubren un área cercana a los 3,6 millones de hectáreas, comenzando por aquellos que se encuentran frente a las costas de La Guajira. Las labores de sísmica y prospección ya se venían adelantando, con lo cual aquí lo que hay es una intención mucho más firme de búsqueda y producción, bajo el supuesto de que se confirmen los hallazgos del caso y estos sean viables comercialmente.
Aunque es mejor no hacer las cuentas de la lechera, quienes saben del asunto no ocultan su optimismo. Para comenzar, todo apunta a importantes depósitos de gas, si bien es muy probable que también se encuentre crudo. Nada se sabrá de la noche a la mañana, pues el proceso toma su tiempo, pero los éxitos previos sugieren que la factibilidad de encontrar algo es elevada.
Ojalá así sea. Tan solo en el caso del gas, la declinación de los campos existentes sugiere que hacia el 2022, la costa Atlántica sería deficitaria. Por razones de seguridad energética, mantener la autosuficiencia no es un tema menor, así exista una planta de regasificación en Cartagena.
De otro lado, tampoco hay que menospreciar el impacto económico de las nuevas inversiones, el cual va desde la generación de empleo bien remunerado, hasta la compra de equipos y suministros. Ya con los desarrollos que estaban en marcha hay una mayor dinámica en capitales como Barranquilla, la cual seguramente aumentará con lo que viene.
A lo anterior hay que agregar el posible aumento de las exportaciones si todo sale bien. Así los costos bajo el lecho marino sean mayores, los beneficios potenciales no son despreciables y menos en Colombia que necesita recaudar impuestos y regalías para atender necesidades en múltiples frentes. Ahora, hay que hacer votos porque ese primer paso, sea el anticipo de nuevos avances en esta materia.