Que Colombia es una nación bien diferente a la de antes, es algo que comprueban no solo las estadísticas. A punto de llegar a los 50 millones de habitantes, el país ha experimentado una clara evolución, así esta no haya sido uniforme. Contamos con una sociedad más próspera, mejor educada, más urbanizada y con menores índices de pobreza extrema. Todavía falta un gran camino por recorrer para llegar a un nivel de bienestar aceptable, pero en muchos casos el avance es innegable.
El salto más notorio de todos se nota en las cifras de esperanza de vida. Hoy, suena increíble decirlo, pero en 1900 la edad promedio a la que podía aspirar un recién nacido en esta parte del mundo era apenas 28 años. El motivo principal eran las elevadísimas tasas de mortalidad infantil que podían llegar a superar el 25 por ciento, aunque las guerras civiles también influían en que nuestro promedio estuviera por debajo del de América Latina.
Con el correr de las décadas, las cosas empezaron a mejorar. En los años treinta, la expectativa había subido a 36 años y en 1960 a 56. Alcanzar los 65 años fue algo que sucedió en 1980, mientras que el cruce de los 70 llegó hasta 1997. Para ese momento, la brecha con las naciones más desarrolladas era todavía importante, pero desde entonces la diferencia se ha cerrado de manera significativa.
Así lo confirma el más reciente estudio del Instituto para la Medición y la Evaluación de la Salud, una entidad adscrita a la Universidad de Washington, en el estado norteamericano del mismo nombre, que recibe ayuda de la Fundación Gates, la del creador de Microsoft. De acuerdo con el reporte dado a conocer la semana pasada, la esperanza de vida de un colombiano que haya visto la luz en el 2016 es de 78 años, 81 para las mujeres y 75 para los hombres.
La mayor longevidad es consecuencia de diversos factores que pasan por los avances de la medicina, mejor nutrición y una cobertura más alta del sistema de salud. Sin embargo, uno de los cambios más fundamentales es la disminución en los índices de violencia que en la oscura época del narcoterrorismo alcanzaron su máximo histórico. Para finales de los noventa, la tasa de asesinatos era de 80 por cada 100.000 habitantes, la más elevada del mundo.
Ahora, esa medición se encuentra en 24, muy cerca de la media regional. A pesar de esa circunstancia, la violencia interpersonal es todavía la primera causa de muerte prematura en el país, lo que explica, en parte, la diferencia entre hombres y mujeres. Lo positivo es que su incidencia el año pasado cayó 18 por ciento frente a lo observado en el 2005.
En contraste, las enfermedades del corazón –que ocupan el segundo lugar en el ranking– aumentaron su incidencia en 13 por ciento. Las afecciones cardiacas son las principales responsables de todos los fallecimientos que se contabilizan en el país, prematuros o no.
La mejora en el ingreso promedio de la población ha traído consigo nuevas urgencias. El mayor peligro actual no es un ataque a bala o a cuchillo, como alcanzó a suceder en algún momento, sino la alta presión arterial, el abuso del licor y los narcóticos o la obesidad. En ese sentido, comenzamos a experimentar los mismos retos de sociedades en las más diversas latitudes.
Un desafío no menos complejo es el de la longevidad. Junto con la caída en la tasa de natalidad, la mayor esperanza de vida lleva a que el grupo de población de mayor crecimiento sea el de los adultos que superan los 60 años. Tener eso en cuenta es indispensable, pues la presión sobre el sistema de salud irá en ascenso, al igual que la necesidad de garantizarles a millones de colombianos una vejez digna que, si las tendencias se mantienen, será cada vez más larga.
Ya no somos el país joven de antes, sino uno cada vez más maduro. Y la madurez exige tomar buenas decisiones, con miras al futuro.
Editorial
Los retos de la madurez
Que Colombia es una nación bien diferente a la de antes, es algo que comprueban no solo las estadísticas.
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Ricardo Ávila
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