Los economistas que se especializan en tomarle el pulso al país, recordarán a octubre del 2017 como el mes en el cual la desaceleración en la actividad productiva le pasó, con claridad, la cuenta de cobro al mercado laboral en Colombia. Y es que tras un largo periodo de falta de impulso, las cifras de empleo mostraron un deterioro que no puede pasar desapercibido para nadie, comenzando por las autoridades que tienen en sus manos la posibilidad de ayudar a que todo mejore.
A primera vista, los datos no resultan tan inquietantes. Tal como lo reportó el Dane ayer, el desempleo en el décimo mes del año subió apenas tres décimas de punto porcentual en el ámbito nacional y medio punto para las 13 áreas metropolitanas más grandes. Como consecuencia, el Gobierno pudo decir que todavía seguimos con tasas de un dígito, propias de una época en la cual se enganchan muchas personas de manera temporal con miras a las festividades de diciembre.
Sin embargo, una mirada más detallada da motivos para fruncir el ceño. El motivo es que el parte no fue peor porque la tasa global de participación, que mide la proporción de la población en edad de trabajar que tiene o busca una plaza, cayó de manera drástica, sobre todo en las capitales más importantes. Puesto de otra manera, la oferta de mano de obra se redujo, con lo cual el número de desocupados no se disparó como habría sucedido si se mantiene constante.
Aun así, por primera vez en años, la cantidad de colombianos con un empleo, formal o informal, cayó en términos absolutos. En el total nacional, la reducción llegó apenas a las 11.000 personas, que no es una baja muy pronunciada. Mucho más seria es la reducción en las ciudades de mayor tamaño, que alcanza a 122.000 individuos, en comparación con el cálculo de octubre del 2016.
Lo anterior quiere decir que la capacidad de consumo potencial de los hogares colombianos empieza a ser menor, aunque habría que medir en qué proporción. Ello hace más difíciles las esperanzas de reactivación, a sabiendas de que la demanda de las familias anda por el carril lento desde hace un buen rato.
Tampoco es positivo lo que sucede en los principales centros urbanos. De acuerdo con los datos del trimestre móvil, el desempleo subió de manera significativa en Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, los cuatro municipios de mayor población. En cuestión de un año, el índice de desocupación en la capital del Valle llegó a 11,9 por ciento, mientras que en la de Antioquia alcanzó el 10,5 por ciento, con incrementos de 1,7 y 1,1 puntos porcentuales, respectivamente. El deterioro en el Atlántico y el Distrito Capital es menor, pero la tendencia hace que suenen las alarmas.
Para que la situación no siga empeorando, es necesaria una reacción. No hay duda de que el Gobierno cuenta con pocos instrumentos a su alcance, si se tiene en cuenta que la situación de las finanzas públicas es difícil y el margen para el aumento del gasto resulta inexistente.
Aun así, el Ejecutivo puede concentrarse en quitar algunos obstáculos en la vía. Para comenzar, el ambicioso programa de infraestructura todavía no alcanza la velocidad esperada, por lo cual hay que sancionar pronto la ley de contratación aprobada en el Congreso un par de semanas atrás. Solo así quedarán los cierres financieros que están pendientes y se podrán comenzar las obras aplazadas. Por otra parte, es indispensable convocar a los alcaldes, pues en manos de las autoridades locales está la capacidad de acelerar inversiones que van desde la reparación de calles hasta la edificación de colegios u otras estructuras.
En conclusión, hay que tomar el toro por los cuernos. Una suma de acciones en el ámbito nacional y municipal puede ayudar a que la luz amarilla del desempleo no pase a tener color rojo en cuestión de meses.