La buena noticia es que endeudarse internamente debería salir más barato. La mala es que seguimos nadando en un mar de incertidumbres, en el que el oleaje puede volverse fuerte de manera súbita.
Así podría resumirse la nueva que los mercados de valores estaban esperando desde hace días. Tal como lo anticiparon los observadores, el viernes pasado la junta directiva del Banco de la República decidió reducir en un cuarto de punto porcentual el costo de los fondos que les presta a las entidades financieras por darles liquidez temporal.
Lo anterior quiere decir que la llamada tasa de interés de intervención quedó en 4,25 por ciento anual, que eventualmente se traducirá en reducciones de cuotas para los usuarios del crédito. El fundamento de la determinación no fue otro que el menor ritmo del índice de precios al consumidor. Después de haber llegado al 9 por ciento en julio del 2016, ahora la inflación está en 3,1 por ciento anual, muy cerca del punto medio de la meta de largo plazo fijada por el Emisor.
Para decirlo de manera coloquial, hay espacio para aflojarle un poco al cinturón, con la idea de que se recuperen un poco el consumo de los hogares y la inversión empresarial. Si bien las condiciones de la economía se ven mejor que unos meses atrás, todavía experimentamos un periodo de ‘vacas flacas’.
Sin duda, el mayor impulso viene de afuera. El alza en los precios del petróleo –que se mantienen cerca de los 75 dólares por barril en el caso de la variedad Brent– impulsa los ingresos externos del país y puede llevar a que se reactiven proyectos de exploración por parte del sector extractivo. No obstante, el Banco señala que todavía hay una baja utilización de la capacidad productiva, como sucede en el ramo manufacturero.
Aun así, hay factores que ayudan. “La recuperación de la demanda externa, los mejores términos de intercambio, los efectos de las reducciones en las tasas de interés y la inversión en obras civiles, explicarían la aceleración del PIB”, sostiene el Emisor en su comunicado. Debido a ello, la entidad mantuvo su pronóstico de crecimiento en 2,7 por ciento para este año, y habló de 3,7 por ciento para el 2019.
Sin embargo, también es claro el mensaje sobre la inestabilidad del terreno sobre el cual se hacen las previsiones señaladas. En lo que atañe al mercado de los hidrocarburos, es difícil asegurar que la mejora en las cotizaciones sea permanente, pues tanto la oferta mundial de crudo como la geopolítica jugarán un papel en lo que viene.
No menos importante es la advertencia de que en materia de carestía “persisten riesgos al alza”. Si bien el 2018 comenzó muy bien, la inquietud es que se presente un repunte en el valor de los alimentos, o que una sorpresiva devaluación del peso se sienta sobre los productos importados.
Por tal razón, el mensaje subliminal es que sería equivocado pensar que la ruta está plenamente definida para lo que queda del año. Si bien en la presente oportunidad la decisión de bajar las tasas se adoptó por unanimidad, no necesariamente todas las miradas coincidirán en una oportunidad futura.
Y hablando de lo que viene, siguen las especulaciones con respecto a la senda del dólar, pues la rentabilidad de los bonos del Tesoro estadounidense aumenta. Ahora que la brecha entre lo que rinde un título en Colombia y en tierras del Tío Sam se estrecha, es posible un alza de la tasa de cambio. En contraste, Argentina viene de hacer lo contrario para evitar la descolgada del peso.
Sea como sea, el punto es que en el momento hay razones para una política económica más holgada, pero que esos motivos no están escritos en piedra. Si algo caracteriza los tiempos actuales es la volatilidad, por lo cual es indispensable mantener los ojos bien abiertos y, por qué no, disfrutar en el entretanto menores tasas de interés.