Colombia todavía no forma parte del club, pero tiene acceso a ciertos privilegios. Así podría describirse el estado de la relación del país con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico –Ocde–, la entidad multilateral con sede en París que suma 35 naciones afiliadas.
La ruta ha sido larga y con obstáculos, en la medida en que se deben ganar puntos para pasar filtros. A pesar de la buena disposición de los socios actuales de la institución, aún falta la luz verde de dos paneles temáticos para recibir la invitación a convertirnos en miembros de número.
Más que un honor o un reconocimiento, el volverse integrante de la Ocde es una oportunidad. Se trata de formar parte de una asociación que estudia las mejores prácticas internacionales a la hora de tratar con problemas que son comunes en las más diversas latitudes. Y tal como sucede con las fórmulas médicas, tener una receta no garantiza una curación, pues de nada sirve una medicina si el paciente no sigue con juicio el tratamiento.
Es en ese contexto que merece entenderse el más reciente aporte de la Organización que se centra en la economía colombiana, al igual que en las tareas pendientes. El reporte, presentado el jueves pasado, le sirvió a la administración Santos para insistir en que las cosas están mejor de lo que se dice. Pero más allá del reconocimiento sobre nuestra capacidad de aguantar el chaparrón que trajo el desplome en los precios de las materias primas, lo importante es concentrarse en lo que falta por hacer.
Los diagnósticos y recomendaciones deberían servirle al próximo gobierno, más allá de quien lo encabece. La temporada de promesas electorales está a punto de comenzar, pero el mensaje importante es que seguimos muy rezagados, si de lo que se trata es de tener un verdadero crecimiento inclusivo.
Dentro de los puntos que merecen estar en cualquier esbozo de agenda pública, es obligatorio mencionar la creación de más y mejores empleos. La cobertura del sistema pensional es muy baja y nuestra proporción de trabajadores por cuenta propia supera la mitad del total, mientras que en Suecia se ubica por debajo del 5 por ciento y en México apenas supera el 25 por ciento.
Lo anterior quiere decir que requerimos de mayor empleo formal, algo que pasa por recortar los impuestos y contribuciones sobre la nómina, simplificar procedimientos de registro de empresas y de afiliación de las personas a la seguridad social. A ello se agrega la participación femenina en la fuerza laboral, o retos como sincerar el nivel del salario mínimo, que poco se cumple en las zonas rurales.
Avanzar en ese campo obliga a contar con una educación de calidad, cerrando brechas entre estudiantes de altos y bajos ingresos, al igual que entre regiones. La propuesta de profesionalizar a los maestros suena irónica en pleno paro, pero es un requisito para que aquellos que terminen su ciclo de enseñanza cuenten con más competencias. No avanzar en este terreno hará imposible que la productividad suba, pues seguimos estancados en este terreno.
Por último, es imposible descuidar el reto de impulsar la infraestructura o la mejora del marco empresarial. La inversión pública debería crecer, pues a pesar de programas como el de concesiones de cuarta generación, nuestro atraso vial es inmenso. Tampoco sale bien librada la regulación sobre la empresa privada o con respecto a sectores como generación de electricidad. La lista se cierra con la kafkiana lentitud de la justicia a la hora resolver disputas comerciales, lo que exige medidas puntuales, tipo tribunales especializados.
En contra de lo que algunos dicen, aquí hay más propuestas que condicionamientos. Es posible que sin hacer nada de lo que se aconseja lleguemos a ser aceptados en la Ocde. Por eso la pregunta es cómo dejar de ser el pobre del llamado club de ricos. Y ante esa inquietud, la única respuesta es la de adoptar políticas que funcionen. No hay de otra.
Para no echar en saco roto
El más reciente documento de la Ocde con respecto a la economía colombiana tiene recomendaciones destacables.
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