En medio de la depresión colectiva que generó ayer en Argentina el mal desempeño de su selección de fútbol en el Mundial de Rusia, pocos le prestaron atención a las noticias en el frente económico. Aquellos que lo hicieron notaron que hubo una relativa calma en el mercado cambiario, después de que hace una semana la continua devaluación del peso condujo a la salida del presidente del Banco Central.
Sin embargo, la aprobación de un paquete de ayuda por valor de 50.000 millones de dólares proveniente del Fondo Monetario Internacional, junto con el regreso a la categoría de mercado emergente –que debería traducirse en mayores ingresos de capitales con destino a la compra de bonos y acciones–, sirvieron para tranquilizar las aguas. Aun así, el país austral sigue bajo observación, debido a que sus déficits fiscal y externo son elevados, mientras que la inflación continúa su acelerada marcha.
Como consecuencia, al gobierno de Mauricio Macri le bastaría con que la moneda argentina se estabilice, después de haberse depreciado 48 por ciento desde enero. Para lograrlo, está recurriendo al decálogo de lo que se puede hacer, incluyendo la venta de 100 millones de dólares diarios durante 75 días hábiles con el propósito de aumentar la oferta de divisas y limitar los brotes especulativos.
Más allá de si la estrategia resulta exitosa, lo que sucede al sur del continente americano ha vuelto a poner de presente las debilidades de la región, en medio de un entorno distinto. El alza en las tasas de interés en Estados Unidos y la guerra comercial orquestada por Washington, que involucra sobre todo a China –y que cobija a México, Canadá y la Unión Europea– son motivo de incertidumbre.
Las señales apuntan a un fortalecimiento del dólar, algo que ha sucedido de manera parcial hasta ahora. En comparación con los niveles observados en febrero, el billete verde muestra un avance del 5 por ciento en promedio contra las demás monedas, debajo de los pronósticos de los analistas. Dentro de las razones que permiten entender por qué esa progresión es menos decidida de lo que se creía, están los tropiezos de Donald Trump en la Casa Blanca, cuyo carácter no garantiza un buen manejo de los asuntos a su cargo.
No obstante, hay una presión que se siente de manera clara en América Latina. Y es que aparte de las circunstancias globales están las locales, en donde las previsiones políticas influyen. Para citar un caso concreto, es altamente probable que Andrés Manuel López Obrador sea elegido presidente de México el próximo primero de julio. La llegada de un populista de izquierda como mandatario de la segunda economía más grande del área se sentirá sobre los flujos de inversión extranjera, algo que ya se refleja en la cotización de la moneda local.
Junto a lo anterior, está la incógnita de Brasil. Por ahora el derechista Jair Bolsonaro encabeza las encuestas, pero más allá de quien llegue a instalarse en el palacio de Planalto, las dudas surgen con respecto el margen de maniobra que tendrá el próximo gobierno para hacer reformas profundas que toquen temas tan espinosos como pensiones o impuestos.
La percepción de que las cosas no andan por la senda correcta en las tres naciones de mayor PIB en la zona puede afectar a Colombia, que también enfrenta desafíos grandes. Hasta ahora, los altos precios del petróleo nos han evitado un chaparrón en materia cambiaria, pero la pérdida de terreno del peso en días recientes da pie para pensar que los vientos en favor de la devaluación soplan con mayor fuerza ahora.
Y a menos que venga una bonanza o que la administración Duque deje en claro desde el comienzo que le tiene la rienda corta a la economía y que cuenta con un equipo capaz de domar potros briosos, es factible un dólar más fuerte.