Que los problemas de movilidad son uno de los grandes dolores de cabeza que deben soportar los bogotanos, es algo que nadie discute. Las cifras confirman que los habitantes de la capital habitan en una de las urbes más congestionadas del mundo, lo cual se traduce en un enorme sacrificio de productividad y bienestar.
A la luz de esa realidad, es imposible pasar por alto la decisión adoptada ayer por el Consejo de Política Económica y Social (Conpes), al darle su bendición a un documento que precisa los compromisos financieros de la Nación con el sistema de transporte masivo del Distrito. En términos prácticos, el respaldo hace viable no solo la construcción de la primera línea del metro, sino la puesta en marcha de cuatro nuevas troncales de TransMilenio y un ramal adicional.
Cuando se concluyan las obras, es presumible que ir de un punto a otro de la ciudad será mucho más sencillo que ahora. Tal como ocurre en los grandes asentamientos urbanos, el propósito es combinar diferentes opciones, con el fin de que estas se complementen y ello resulte en ahorros de tiempo y dinero.
Dado el tamaño del compromiso, el tema venía siendo objeto de múltiples análisis. De un lado, se trataba de asegurar el aporte del Gobierno Nacional, ajustado a un escenario fiscal más estrecho que aquel que parecía posible en las épocas de la bonanza. Del otro, había la presión del tiempo que obliga a cumplir con un cronograma muy ajustado, con el fin de dejar sentadas las bases del emprendimiento antes de que Juan Manuel Santos abandone la Casa de Nariño.
Tal requisito es fundamental, pues el Ministerio de Hacienda aceptó asumir una obligación que equivale al 70 por ciento del costo del proyecto, tasado en 19 billones de pesos de hoy. El pago de la porción mayoritaria de dicha suma se extenderá a lo largo de 30 años, lo cual quiere decir que el último giro tendrá lugar en el 2048, pero la estructura necesita quedar definida desde un comienzo.
Sobra decir que, para mediados de siglo, el tren metropolitano debería ser una realidad desde hace tiempo. Según el cronograma establecido, los primeros vagones comenzarían a rodar en el 2024, tras un periodo de construcción y pruebas cercano a los cinco años. No obstante, la realidad de las cuentas públicas obliga a que la Nación haga uso de un lapso mucho más extenso para poner su parte, lo que la fuerza a ensayar esquemas de financiación de largo plazo.
A su vez, el Distrito requiere conseguir las autorizaciones debidas de parte del Concejo municipal, pues en un comienzo soportará la mayor parte de los giros esperados. Es de imaginar que el cabildo no pondrá mayores obstáculos a la hora de darle luz verde a la que es una aspiración de varias décadas entre los capitalinos, pero el tiempo es esencial para que no se presenten problemas. Tal como está el calendario, antes del 11 de noviembre debería firmarse el convenio de cofinanciación que permitirá proceder a la apertura de la licitación, tras cuya adjudicación se pasaría el punto de no retorno.
No hay duda de que los obstáculos que quedan en el camino serán muchos. A fin de cuentas, se trata de un proyecto de enorme envergadura que exigirá mantener bien corta la rienda para que no se presenten retrasos o sobrecostos en un tramo de 24 kilómetros elevados y 12,9 billones de pesos de presupuesto, que corresponden a la primera línea. A su favor, el nuevo diseño tiene la ventaja de minimizar sorpresas, especialmente desde el punto de vista geológico, dadas las características del suelo de la Sabana.
Es de suponer que en lo que atañe a las troncales de TransMilenio el espacio para equivocaciones será todavía menor, pues aquí se ha recorrido una larga curva de aprendizaje. Aun así, se trata de unos 57 kilómetros de trazado, con un valor global de 6,5 billones de pesos, que tampoco es una suma despreciable.
Todo ello exige una buena gerencia para que, a la vuelta de unos pocos años, la capital cuente con el sistema de transporte que sus habitantes exigen y merecen. No faltarán muestras de escepticismo ante tantas promesas incumplidas, pero el camino avanzado permite mirar las cosas con algo de optimismo. Ahora, queda completar una tarea en la que no hay campo para fallar. Si el objetivo se logra, Enrique Peñalosa podrá decir que su lema, “Bogotá, mejor para todos”, se habrá hecho realidad.