Hace un par de años, cuando se hizo evidente un enfriamiento en las relaciones entre el sector privado y el Gobierno, la manera de describir la situación fue acudir al verso de la conocida ranchera: “La distancia entre los dos es cada día más grande”. Ahora, la cita que se utiliza sale de un bolero de Javier Solís: “Sombras, nada más, entre tu vida y mi vida”.
Puesto de una manera menos musical, las cosas entre los empresarios y la administración Santos van de mal en peor. Por doquier se escuchan quejas de un lado y del otro, enmarcadas en un ambiente de creciente desconfianza que, en ciertas ocasiones, se convierte en franca animosidad.
El distanciamiento es inquietante. Problemas de comunicación pueden conducir a malas decisiones a la hora de expedir normas o adoptar políticas públicas, sobre todo si se impone la visión del “aquí mando yo”. La falta de certeza en las capacidades del Ejecutivo oscurece el ambiente de los negocios y lleva a que se aplacen decisiones de inversión, lo cual acaba incidiendo en el crecimiento de la economía.
La percepción negativa tiene relación con una desaceleración en la actividad productiva que resultó ser más fuerte de lo que se pensaba. Sin desconocer que hay compañías satisfechas, lo usual es escuchar quejas relacionadas con caídas importantes en las ventas que golpean las utilidades. Incluso en aquellos sectores donde los precios han mejorado, como el extractivo, las protestas están relacionadas con el incumplimiento de compromisos.
No obstante, esa no es la única causa. El ejemplo más reciente es el de la discusión en torno al proyecto de ley de tierras que busca desarrollar los acuerdos de La Habana. Tras una preocupación inicial, se creó un espacio de diálogo en el que se recibieron y aceptaron las observaciones de diferentes gremios. Cuál no sería la sorpresa de estos últimos cuando supieron que parte de sus planteamientos fracasaron, debido a lo cual casi se llega a un punto de no retorno que habría implicado un rompimiento en el diálogo. Y aunque ahora el escenario apunta a algo distinto, quedó un muy mal sabor en la boca.
Una buena proporción de las quejas se dirige directamente a Juan Manuel Santos, quien es descrito como asequible, pero poco receptivo a las críticas. Algunos lo caracterizan con términos como “cansado”, “desesperado” e “impaciente”. Además, existe la sensación de que cuando el mandatario acepta un planteamiento y afirma que algo se va a hacer, no sucede nada.
¿Por qué hay problemas en la ejecución? Es algo que da pie a diferentes hipótesis. Una de ellas habla de la falta de capacidad de la Casa de Nariño para que sus instrucciones se sigan dentro del propio Gobierno. Más de un funcionario parece seguir aquella máxima de la Colonia según la cual un mandato de la corona española “se obedece, pero no se cumple”.
Además, se mencionan las controversias entre los ministerios, que en ocasiones adoptan posturas contradictorias con respecto a un tema. La impresión de que ni siquiera los altos funcionarios son capaces de ponerse de acuerdo, sino que hablan mal de sus colegas de manera usual, ayuda a aumentar la incertidumbre.
Todo lo anterior se combina con la idea de que la administración solo se preocupa por el desarrollo de los acuerdos firmados con las Farc, mientras otros asuntos quedan al garete. Debido a ello, no faltan quienes hablan de ejercer presión para que se les preste atención, tal como sucede con quienes protagonizan paros y protestas.
Que las vías de hecho o el desinterés se impongan es algo que no le conviene a nadie. En una situación de fragilidad económica como la actual sería contraproducente introducir un nuevo elemento de tensión. Ello obliga tanto al Presidente como a los ministros a adoptar una actitud más humilde que comienza con saber escuchar. Si no es así, el camino de los próximos 14 meses será todavía más complejo de lo que se ve.
Editorial
¿Sombras, nada más?
Las relaciones entre el sector privado y el Gobierno están en un punto muy bajo, algo que no es bueno para la economía.
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Ricardo Ávila
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