Como lo habían anunciado sus organizadores, ayer un buen número de cultivadores de café a lo largo y ancho del país comenzó un paro de carácter indefinido. Desde Belén de Umbría en Risaralda hasta Aipe en Huila, pasando por Venecia en Antioquia, Ansermanuevo en el Valle o La Lizama en Santander, en esos lugares y unos cuantos más tuvo lugar una importante concentración de labriegos congregados en torno a varios propósitos, pero sobre todo alrededor de la necesidad de aumentar sus ingresos.
Es fácil sentir simpatía por la protesta, pues sin el café Colombia no sería la nación que es hoy. El cultivo le permitió al país integrarse físicamente, vincularse al comercio internacional, tener un excedente de ahorro fiscal, construir una clase media rural y darle un medio de vida a millones de personas que de otra forma estarían en la pobreza extrema.
Pero los tiempos recientes no han sido fáciles. En los últimos meses, los productores del grano han sentido con dureza la abismal caída en el precio interno, que a su vez refleja lo sucedido en los mercados internacionales y cambiarios. Como si eso fuera poco, por cuenta de los trastornos climáticos y una renovación de los cafetos hacia variedades más productivas, el tamaño de la cosecha ha llegado a menos de 8 millones de sacos anuales.
Ambas circunstancias dan origen a un ‘tinto’ amargo. Es una gran ironía que tan compleja situación deba ser enfrentada por Juan Manuel Santos, quien es visto como uno de los dirigentes más cercanos al gremio. Al fin de cuentas, desde el comienzo de su vida profesional, el mandatario tuvo que ver con el café y ese vínculo cercano ha sido revalidado en múltiples ocasiones.
Y más allá de la frustración colectiva ante lo duro de la crisis, no se puede desconocer que durante el actual gobierno los cafeteros han recibido más de un billón de pesos a través de diferentes modalidades. De hecho, cuando fue extendido el apoyo cercano al 15 por ciento en el valor de compra del precio interno de la carga del grano, en otros sectores agrícolas no faltaron las reacciones.
Pero, sin necesidad de entrar en la discusión sobre si el respaldo otorgado es el apropiado, hay elementos del paro que generan más de un interrogante. Para comenzar, hay una lista de solicitudes que trasciende temas de la actividad cafetera. Además, la negativa de sus dirigentes a reunirse con el Gobierno hace pensar que hay una preferencia por las vías del hecho que por las del diálogo.
Por otra parte, la clase política se encuentra pescando en el río revuelto del descontento. El hecho de que el senador Jorge Robledo, como el expresidente Álvaro Uribe estén en la misma orilla, a pesar del abismo ideológico que los separa, no deja de ser curioso. También llama la atención la presencia de un buen número de parlamentarios que al parecer no están pensando en la próxima generación, sino en la próxima elección.
Más inquietantes todavía son las insinuaciones para que la Federación de Cafeteros desaparezca, al igual que los esquemas que garantizan una calidad uniforme en el café exportado. Criticar a las instituciones es sencillo, pero no se puede olvidar que en Colombia el productor recibe un porcentaje más alto del precio internacional, que en cualquiera de los países vecinos.
Por tal razón, lo importante es volver a la mesa y buscar soluciones. En tal sentido, el trabajo de la comisión que estudiará la política cafetera es clave. Pero mientras se conocen sus pronunciamientos, es fundamental que los ánimos se aplaquen, sobre todo cuando las cifras de producción empiezan a experimentar un repunte. Caer en las provocaciones sería un error fundamental, en una actividad que llegó a significar tanto por la voluntad de trabajar al unísono, no de dividirse cuando sus integrantes escucharon cantos de sirena.