Faltan pocas semanas para que se cumplan dos décadas desde aquella mañana a mediados de julio de 1994, cuando Gabriel García Márquez lanzó en la Casa de Nariño la que él llamó su proclama. Se trató del abrebocas del primer informe de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo conformada por invitación de César Gaviria, y que contó con la participación de diez colombianos ilustres, incluyendo al propio Premio Nobel.
El texto, titulado ‘Por un país al alcance de los niños’, que se publica en su totalidad en la presente edición de Portafolio, trata muchos temas, incluyendo una brillante reseña histórica que explica cómo llegamos a ser lo que somos, además de un análisis sobre nuestra contradictoria personalidad, el cual no tiene paralelo en las letras nacionales. Pero es especialmente relevante el mensaje explícito de que “las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será? su órgano maestro”.
Semejante afirmación cobra aún más significado, ahora que los diferentes candidatos a la Presidencia de la República han querido poner el tema en el centro de sus propuestas de campaña. Como es bien conocido, numerosos reportes señalan que nuestros estudiantes ocupan los últimos lugares en las pruebas internacionales en las que se miden la capacidad de entender un texto escrito o resolver un problema lógico, un hecho que sirve para cuestionar de manera directa la calidad de lo que aprenden.
Adicionalmente, no se puede pasar por alto que el problema de la enseñanza en el país ha sido objeto de los más sesudos diagnósticos, sin que a la hora de la verdad se apliquen los remedios y correctivos esbozados. En el caso de la llamada misión de sabios de hace 20 años, fue poco lo que las recomendaciones realizadas en la época inspiraron a las administraciones siguientes, a pesar de que sus contenidos no han perdido vigencia.
Por lo tanto, cualquiera sea el resultado de las elecciones del 25 de mayo, uno de los primeros oficios que debería hacerse es el de recuperar aquellos trabajos que hoy acumulan polvo en los anaqueles, con el fin de no volver a reinventar la rueda. Ese deseo se extiende al reporte más reciente, a cargo de académicos de la Universidad de los Andes y otras instituciones, auspiciado por la Fundación Compartir, que señala una hoja de ruta que demanda voluntad y persistencia.
De lo contrario, las inequidades que nos han identificado como nación permanecerán presentes. Esto quiere decir que la educación que reciben los más pobres también será pobre y que las posibilidades que tiene alguien de estratos altos de terminar una carrera continuarán siendo mucho más elevadas que las de un joven de ingresos bajos.
En respuesta, alguien podría decir que García Márquez es una prueba de que el sistema funciona adecuadamente, por el hecho de que este se graduó del Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá como bachiller gracias a una beca estatal, y llegó a ingresar a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional antes de dedicarse al periodismo y, posteriormente, a la literatura.
Sin embargo, sus excepcionales capacidades intelectuales y su empeño para sobreponerse a la adversidad no pueden ser usadas para negar que los dados en Colombia están cargados en contra de las personas de menores recursos. Puesto de otra forma, la verdadera equidad es la que les garantiza a los niños de una sociedad las mismas oportunidades, independientemente de su origen y sus habilidades.
Debido a ello, no hay mejor homenaje para su memoria –aparte de leer sus obras– que el de trabajar en pro de una educación incluyente y de calidad. Tal como lo dijo el Premio Nobel, hay que construir un sistema de enseñanza “que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía”.
Ricardo Ávila Pinto
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