A finales de la semana pasada Bancolombia anunció la baja de 21 puntos porcentuales de la tasa de interés efectivo anual para alrededor de la mitad de todas las tarjetas de crédito que tiene el mercado, alrededor de 1,3 millones.
Esta reducción desató una rápida cascada de similares decisiones, incluso mayores de 25 puntos porcentuales, por parte de otros siete bancos: Davivienda, BBVA, Pichincha, Scotiabank Colpatria, Agrario, Banco de Bogotá y de Occidente -estos dos últimos del grupo Aval, propietario de la casa editorial a la que pertenece este diario-.
Este sorpresivo anuncio se da en medio de un entorno complicado de niveles de inflación que no se registraban en más de 23 años y la política del Banco de la República de lucha contra este fenómeno vía subida de tasas de interés.
A lo anterior se añaden la evidente desaceleración en el ritmo de crecimiento de la economía colombiana- con pronósticos entre el 0,5 y 2 por ciento del PIB- y el deterioro de las capacidades de endeudamiento de hogares y empresas por el costo del dinero.
Las rebajas en los intereses vienen, en algunos casos, con condiciones sobre el cupo y el tipo de compras de alimentos, combustibles y servicios. A pesar de ello, el volumen total de tarjetas de crédito beneficiadas está alrededor de seis de los 16 millones de plásticos vigentes y constituye una poderosa señal de alivio que el sistema financiero nacional brinda a millones de familias, en momentos de alto costo de vida y de preocupación colectiva por la situación económica, el empleo y los ingresos.
El torrente de reducciones tan sustanciosas de las tasas es un reflejo tanto de la competencia sana como del creciente compromiso social y de inclusión del sector bancario en Colombia. Rompe además con esa visión crítica del sistema financiero como codicioso y solo motivado por sus utilidades, que incluso el presidente de la República Gustavo Petro ha reproducido en sus declaraciones. De todas maneras, el primer mandatario reconoció el esfuerzo de los bancos en un trino: “el sacrificio de ganancias financieras permitiría mejorar la situación financiera del país y la estabilidad bancaria”.
De hecho, la postura oficial de Asobancaria, gremio que agrupa a las instituciones financieras, en boca de su presidente Jonathan Malagón, es la suscripción de “las metas del Gobierno Nacional en términos de financiamiento a la economía popular”. Haber tomado la iniciativa en dar estos respiros crediticios a millones de usuarios crea un ambiente favorable entre los bancos y el Gobierno Nacional para no solo bajar la retórica agresiva contra un sector motor de la economía sino también encontrar puntos en común para el despliegue de políticas públicas.
Por otro lado, los efectos macroeconómicos de este pulso de tasas reducidas no serían tan fuertes como para afectar, de alguna medida, la política monetaria del Banco de la República para contener la inflación. Si bien la decisión genera más un alivio en la carga financiera de estos consumos de tarjetas de crédito, el eventual aumento en el uso no cobijará a todas las compras ni a la totalidad de los plásticos.
En otras palabras, la competencia entre bancos por esa baja de intereses genera un espacio gana-gana, donde se benefician el sector financiero en términos de reputación y diálogo, el Gobierno Nacional, cuya sugerencia fue aceptada voluntariamente por los bancos, y los tarjetahabientes, que pagarán menos. También traduce la sensibilidad social, de diversidad e inclusión, que los bancos llevan años desplegando, en una definición de impacto y con efecto positivo en los bolsillos de millones.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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