Ayer el Dane publicó los datos del Producto Interno Bruto (PIB) correspondiente al tercer trimestre de este 2022. Según la organización estadística la economía colombiana registró un crecimiento trimestral de 7 por ciento y de 9,4 por ciento en el año corrido.
Esta dinámica es superior a las expectativas de los analistas del mercado y refleja que las actividades productivas del país se siguen beneficiando del impulso de la primera mitad del año.
Durante el primer semestre de 2022 la senda de la reactivación pos-pandemia, jalonada por la recuperación del comercio, las industrias manufactureras y las actividades artísticas y entretenimiento, ha sostenido a la economía nacional en unos niveles de crecimiento de dos dígitos, mayores a los países de la región latinoamericana. Este un desempeño a destacar si se tienen en cuenta los fuertes deterioros de las condiciones económicas globales en términos de inflación, altas tasas interés, precios de las materias primas y efectos de la guerra rusa en Ucrania.
Ese viento favorable impulsó las velas del PIB en este tercer trimestre, aunque ya se sienten señales de la desaceleración. Estos guarismos trimestrales son mucho menores a los registrados, por ejemplo, en el segundo trimestre de este año (12,8 por ciento) o en el mismo período del año pasado (13,8 por ciento), casi siete puntos porcentuales por debajo. Además, el Indicador de Seguimiento a la Economía (ISE) en septiembre fue de 4,2 por ciento anual, esto es, la tasa más baja de los nueve meses del 2022. Es claro que la economía está entrando a un ciclo de moderación en el que los crecimientos de dos dígitos, que caracterizaron la reactivación tras el choque de la crisis del coronavirus, empezarán a alejarse a través del espejo retrovisor. Esto no quiere decir que un crecimiento del 7 por ciento no constituya una buena noticia, que ratifica la fuerza con la que las actividades productivas en el país vienen empujando los resultados económicos en lo corrido de este año.
La pérdida paulatina de este ímpetu en el dinamismo de la economía no debe pasar desapercibida por el Gobierno Nacional ni por las empresas ni los hogares. La preocupación por las perspectivas económicas está afectando los indicadores de confianza de los empresarios, los consumidores y los jefes de hogar, según las más recientes encuestas y sondeos de opinión pública. A lo anterior se añaden las estimaciones de analistas sobre otros frentes eventuales de desaceleración como el del consumo de los hogares, en medio del alto costo de vida y el endeudamiento. La moderación en la economía podría ser tan aguda que conduzca a nuevos trimestres de desaceleración. Al menos esa es la situación que pronostican el conjunto de los observadores económicos, así como entidades como el Banco de la República con sus estimaciones de bajo crecimiento para 2023. Por esas razones, es crucial para la política económica del Gobierno Nacional ponderar e implementar medidas de protección o blindaje de esos jalonadores del crecimiento. Aunque el tiempo de los aumentos de dos dígitos ya es parte del pasado, esto no implica dejar que la actividad se desplome con sus graves consecuencias en el empleo y en las políticas sociales.
Proteger el crecimiento implica, entonces, cuidar las señales que se envían a los mercados, por ejemplo, con respecto a la destinación de los cuantiosos recursos que la reforma tributaria recaudará el año entrante. Junto a mensajes de responsabilidad fiscal, que se traducen en evitar el desbordamiento del gasto público, se suma la necesidad de aclarar el futuro de la explotación de hidrocarburos, vital para la sostenibilidad de las arcas públicas.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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