Hasta el pasado 20 de septiembre el Ministerio de Educación Nacional registraba que alrededor del 65 por ciento de los estudiantes matriculados en colegios y escuelas habían retornado a las aulas en algún grado de presencialidad. Se trata de poco más de cinco millones de niños, niñas y adolescentes en la educación pública y 1,4 millones en instituciones privadas.
Estos guarismos contabilizan entonces que, hasta hace dos semanas, 3.453.711 estudiantes, tanto de colegios públicos como privados, no estaban recibiendo en efecto ningún tipo de educación presencial. Que uno de cada tres niños colombianos no haya regresado, tras más de 18 meses de pandemia, configura una situación de la mayor gravedad y que tendrá unos impactos devastadores para el futuro de esa generación.
No tiene justificación alguna que la economía nacional esté prácticamente reabierta en todos los sectores productivos y que la educación, pilar del desarrollo humano y socioeconómico, registre un rezago de tal magnitud. No puede ser que hasta las discotecas y los bares del país hayan retornado a la normalidad, bajo protocolos de bioseguridad, mientras los pupitres de millones de niños y adolescentes estén vacíos.
La reactivación económica tiene importantes rezagos como, por ejemplo, el de los empleos que el reporte del Dane ha mostrado que viene cerrándose. Pero la brecha en la educación presencial es muy diferente ya que no depende de la dinámica económica sino de la voluntad política, el sentido de urgencia por los niños y las acciones institucionales del Gobierno Nacional, los gobiernos locales, los directivos y comunidad docentes y los sindicalistas de Fecode.
Tras haber ejecutado un 80 por ciento de los 400 mil millones de pesos de recursos del FOME y vacunado, hasta agosto, a más de 403 mil maestros y personas del sector, aún hay departamentos como el Magdalena donde todavía no hay presencialidad escolar. De acuerdo al Observatorio a la Gestión Educativa de Empresarios por la Educación, 27 de 96 secretarías de Educación del país registran por debajo del 40 por ciento de avance y tres secretarías con 0 por ciento.
Mientras ya no hay espacio para las excusas de los maestros sindicalizados al regreso a las clases presenciales, Fecode participa en primera línea de todas las jornadas de paro con sus respectivas aglomeraciones de manifestantes. El daño que esta lenta reapertura de las aulas está infligiendo en los menores y en sus hogares es incalculable y de carácter duradero. De acuerdo a la encuesta Pulso Social del Dane de agosto pasado, solo 11,9 por ciento de los niños han tenido una sesión o encuentro con profesores. Además, el cierre de colegios públicos en las zonas rurales constituyó un poderoso factor en el aumento de la pobreza multidimensional en 2020.
Además de la urgencia de acelerar un proceso de retorno cuyo ritmo debería avergonzar a todos los actores involucrados, las preocupaciones incluyen asimismo la naturaleza de esa alternancia y las consecuencias sobre la ya de por sí mediocre calidad de la formación. Los mecanismos de emergencia que se desarrollaron durante las cuarentenas, como las clases por aplicaciones de mensajería instantánea como WhatsApp, no pueden convertirse en canales permanentes de educación para millones de estudiantes.
Mientras soplan vientos de optimismo para las actividades económicas, se reactivan las oficinas y resucitan los conciertos y discotecas, casi 3,5 millones de niños y adolescentes siguen sin regresar a clases, encontrarse con compañeros y profesores y retornar a un proceso educativo lo más parecido posible a la prepandemia. ¿Hasta cuándo tolerará el país ese daño?
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
framir@portafolio.co
Twitter: @pachomiranda