El fuerte despliegue de integrantes de las fuerzas de acciones especiales de la Policía Nacional Bolivariana, que empezó a verse desde la noche del pasado martes en las calles de Caracas, se convirtió en el abrebocas de los actos de este jueves, cuando Nicolás Maduro comenzará un segundo periodo de seis años como presidente de Venezuela. A pesar de la censura de 13 de las 14 naciones que integran el Grupo de Lima o del desconocimiento de la Unión Europea, el mandatario de 56 años volverá a ceñirse la banda tricolor, despojado de cualquier ropaje democrático y con un tono más desafiante.
Debido a ello, son prácticamente nulas las esperanzas de que el régimen cambie de dirección. Los más diversos observadores pronostican un mayor uso de las tácticas represivas, aparte de una profundización de los fenómenos de carestía y escasez que han dado origen a la peor crisis humanitaria en la historia del continente americano. Ello a su vez se traducirá en nuevas oleadas migratorias, instigadas por una causa principal: el hambre.
Un escrito reciente de dos académicos vinculados a Brookings Institution -un tanque de pensamiento con sede en Washington- señala que la debacle está lejos de terminar. El motivo es que aun si el país vecino dedicara todas las divisas que recibe para la compra de alimentos, la suma sería insuficiente para garantizarle a la población sus necesidades calóricas mínimas. Basta recordar que las importaciones pasaron de 66.000 millones de dólares en el 2012 a 9.200 millones el año pasado.
Como consecuencia, la única opción para quien cuenta con los ánimos para hacerlo, es emigrar. Según el cálculo de los expertos señalados es que el número total de venezolanos que podrían salir de su tierra en el futuro cercano asciende a 5,2 millones de personas, aparte de los tres millones que ya se fueron. La cifra sería aún mayor si el precio del petróleo baja o la producción de crudo se ubica por debajo del millón de barriles diarios, como parece ser el caso.
Las cosas se han puesto más difíciles en días recientes, porque las remesas que envían quienes están en otras latitudes han perdido poder de compra. Si antes era posible cambiar dólares en el mercado paralelo y sostener a una familia con una suma menor, ahora ese diferencial no existe. Puesto de otra manera, el costo de ciertos bienes de primera necesidad se ha ‘internacionalizado’.
Aparte de lo anterior, el régimen chavista sabe que entre menos bocas haya, es más fácil mantenerse en el poder. Los reportes del otro lado de la línea limítrofe sostienen que la longitud de las filas en los almacenes disminuyó, al igual que el tráfico en las ciudades, lo cual da una falsa sensación de normalidad. Incluso reprimir se vuelve más fácil en ese contexto.
Todo ello traerá más dolores de cabeza para Colombia y el resto de países de la región. En primer lugar, el flujo migratorio en el 2019 podría ser equivalente al de los tres años anteriores. En los cálculos oficiales se trabaja con el escenario de un millón adicional de venezolanos en el territorio nacional, un número que no será fácil acomodar y que ocasionará una presión adicional sobre los presupuestos públicos, comenzando por los gastos de salud y educación.
Por otra parte, hay preocupaciones en lo concerniente a la seguridad por cuenta del ELN y de las bandas criminales que operan al otro lado de la frontera. También existe el riesgo de un incidente militar, pues la tentación a jugar con fuego va en aumento.
Y aunque la presión internacional sube, la actitud de México debilitó al Grupo de Lima. Como si fuera poco, Washington considera que Brasilia y Bogotá se encargarán de resolver el lío, lo cual tampoco es bueno. Así las cosas el pronóstico apunta a más problemas con epicentro en Venezuela, sin solución a la vista.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
@ravilapinto